Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

FERMENTACION PATRIOTICA EN BUENOS AIRES 31 promoviese una especie de moderno meeting exigiendo la cacareada jura; y, en seguida, o a la vez, impusiese la constitución de la citada junta colonial, con Alzaga a la cabeza; junta cuya erección serviría, sobre todo, para eliminar al ,antipático Liniers. Y si éste, con su criollaje, atreviérase a resistir, presentaríase en el acto Elió con las guarniciones montevideanas y coronaría el movimiento reaccionario. VII El plan en cuestión no era un misterio para nadie, ya que la soberbia jactanciosa de sus autores, segura del resultado, no había puesto en él la mínima reserva. Así que, llegada la fecha de la elec– ción, los jefes de patricios y arribeños, que estaban sobre aviso, a la mira de lo que pudiese Alzaga fraguar, convocaron a su gente con anticipación, para en el día citado constituirse en sus cuarteles. Alzaga, el 1<.> de enero, repletó de armas el cabildo, a cuyo local acu– dieron todos los individuos de los cuerpos peninsulares, y los servi– dores y paniaguados del caudillo. Saavedra, García (Pedro Andrés) y demás corifeos regionales congregáronse a su vez. Y empezó el desorden. La plaza de armas resonó con los gritos de "¡viva Alzaga!. ¡muera Liniers! ¡queremos una junta de gobierno, como las instau– radas en la madre patria! ¡fuera los bonapartistas! ¡abajo el virrey de Napoleón! ¡muera! ¡muera!" Saavedra, García y sus copartidarios preséntanse en palacio, y ofrécense a embestir aquella turba a balazos y a disolverla. Liniers impone la moderación y la prudencia. Vista la generosa conducta del gobernante, y en realidad contenidos de un lado, pero alentados de otro, por la actitud de mera observación y vigilancia en que se mantienen los criollos acuartelados, apelan los trastornadores a la diplomacia y a la intriga. Una comisión de cabildantes, con el obis– po Benito de Lúe y Riega a la cabeza, exhorta a Liniers en el sentido de la paz y de la concordia; exagera los peligros posible o proba– blemente resultantes de aquel motín; habla de un apoyo indu– dable de Elió; contempla un derramamiento de sangre fraternal; pondera su inconveniencia y su ineficacia; y, en nombre de Dios y de la Patria invadida por el enemigo exterior, acaba por pedir a Liniers su dimisión. El generoso personaje accede, y hasta redacta y suscri– be la renuncia. El obispo y los demás comisionados salen en son de triunfo; pero los jefes populares, que palpan desde su origen estas cosas, sorprenden a los infatuados delegados; arrebátanles el docu– mento; motejan de debilidad a su virrey; corren, vuelan, extraen tropas, dirígense a plaza y cabildo bala en boca; atacan a los alza– guistas, que, a la primera descarga, se dispersan y huyen en todas

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