Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

36 GERMAN LEGUIA y MARTINl!Z XIII A ella propendieron multitud de motivos si secundarios, concu– rrentes: de un lado, el enojo que en el vecindario produjera la ex– tracción de las milicias constituídas por el paisanaje de Saavedra; milicias que, como si fuesen tropas de línea, contra la oposición abierta de todos, habían, a las órdenes del inspector general Vicente Nieto, sido enviadas al norte, a efectuar la reacción en la zona con– movida por los movimientos alto-peruanos; de otro lado, las que– jas de los milicianos en cuestión, que escribían a sus familiares por– menorizando los malos tratamientos, la crueldad y la insolencia con que eran vistos y castigados por el susodicho inspector general; y, en fin, la relación oficial, y por eso indudable, de los fusilamientos, estrangulaciones, destierros y extorsiones de toda especie, de que tiránicamente hicieron gala y derroche los capitanes represores, co– mo Goyeneche, Sanz, el mismo Nieto, y demás jefes que acudieron a sofrenar y castigar los patrióticos extremos de paceños y chuqui– saqueños, que esa represión ahogó en sangre. Los letrados bonaerenses (2) lanzaron un grito de horror al co– nocer la lista de las víctimas, sus condíscipulos, sus amigos queridos, sus hermanos en ambiciones e ideas, sus consortes en la servidum– bre, sus compañeros de la infancia. El recuerdo de épocas más feli– ces y la compasión de infortunios que en cierto modo juzgaron su– yos, escondieron en todos los pechos una llamarada inextinguible de odio; y lo que antes fue un ideal paciente tornóse sentimiento firme de castigo y de venganza. Desde ese momento los patriotas congregáronse, ya no sólo pa– ra cambiar temores, convicciones y deseos, sino para fraguar pla– nes resueltos de emancipación y de libertad. Tales reuniones efec– tuábanse en las casas de Nicolás Rodríguez Peña, patriota culto, enérgico y acaudalado; del distinguido comerciante y financista Hi– pólito Bieites, y otros; y a ellas acudían, entre otros muchos, el presunto glorioso general Manuel Belgrano, el audaz e inquieto Be– ruti, el exagerado y valentísimo Castelli, el equilibrado Passo, y los Terrada, y los Azcuénaga, y los French, y los Escalada (uno de és– tos, don José Antonio, futuro suegro de San Martín); y hasta espa– ñoles, como Matheu y Larrea, sublevados contra sus compatriotas por su egoísmo, soberbia e inútiles y contraproducentes crueldades. Espiábase únicamente la ocasión, y ella no tardó en presentarse. (2) Entre oíros, los Ores. Passo, López Planes, Castelli y Moreno, habían hecho su carrera en Chuquisaca.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx