Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

TRIUNPOS DE LA REVOLUCION PLATENSE 49 cia, algunos de los catedráticos de la Universidad y otros más que hubieron de ocultarse, (25 de mayo). V El enojo popular, con tal conducta, llegó al colmo. Los oidores, socarrones y leguleyos, echaron a rodar dos especies escandalosas: Goyeneche no era tal representante de la Junta andaluza, porque sus poderes, que carecían de ciertos requísitos de rito, resultaban dudosos y hasta apócrifos; y, luego, en el fondo de sumisión, inusi– tada y extraña, venía oculto el propósito, antipatriótico para los leales súbditos del rey legítimo, cautivo en Valencey, de entregar el virreinato bonaerense a la corte de Portugal, ya entonces instaurada en Río de Janeiro, huyendo de la invasión napoleónica. Y hasta dióse por segura la repi:;esentación efectiva en el enviado, no de la Junta defensora de los fueros de la Península, sino de los intereses bastardos de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, presunta sub– plantadora, con estos reinos, de la soberanía única 'de los reyes peninsulares. Junto con tales especies, esparciéronse otras, verosím iles por el precedente de las detenciones aludidas; a saber, las alarmantes de nuevos apresamientos, aun ejecucion...,s, cuyas víctimas, esta vez serían los propios oidores de la Audiencia; el asesor de la misma, Romano; el comandante de armas de la plaza, coronel don Juan Antonio Alvarez de Arenales, que simpatizaban con los revoltosos; y los corifeos de éstos últimos, Michel, Paredes, Alcerrica y Alganza. Buscóse, en efecto, a algunos de ellos, que pusiéronse oportunamente a buen recaudo. En esos momentos álgidos, ya Goyeneche había partido a su destino, dejando al gobernador sobre la boca de un volcán; precisamente cuando el más valiente, temible y decidido de los conspiradores, Alvarez de Arenales, declaraba llegada la oca– sión de obrar. VI Este ilustre militar, llamado a tan alta y merecida figuración en las guerras de la independencia, sobre todo en la del Perú, donde muy pronto volveremos a encontrarle, no era un hijo del continente, como pudiera creerse; sino un español, de raza y nacimiento, forza– do, por las circunstancias que aquí se refieren, a romper para siem– pre, con sus conmilitones y con su patria; y a enrolarse en las filas de los patriotas, a cuya causa, desde ese momento, consagróse con todo celo y jamás desmentida lealtad. Había visto la luz en la villa

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