Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
56 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ siciones que les aseguren el perdón, si bien en cambio de una ren– dición absoluta. Exige la entrega de las armas en plazo breve, y la restauración de la obediencia a las autoridades legítimas, que de– ben en el acto ser repuestas. La conminación se rechaza y se pre– para la resistencia. Sucede entonces que Indaburu, uno de los cabecillas, alienta en su alma sentimientos de traición. Levanta campamento una no che (18 de octubre); constitúyese en La Paz; proclama con sus fuerzas la reacción; persigue a Murillo, que se ve en la necesidad de Jcultarse; depone a las autoridades patriotas; arrastra por las ca– lles ''como a perros" al alcalde Francisco Alce de Yanguas, y al tesorero Sebastián Arrieta; decapita en la mañana del 19 al vocal de la "junta tuitiva" Pedro Rodríguez; ordena multitud de deten– ciones contra quienes, horas antes, eran sus colegas, correligiona– rios y amigos; reconoce la autoridad de Goyeneche y la soberanía de la metrópoli; y envía comisiones al general adverso invitándolo a ocupar la capital maniatada por su apostasía. Sabido todo ello en Chacaltaya por los jefes patriotas, pasan por el dolor de abandonar las fuertes posiciones en que aguardaban triunfar sobre los realistas; descienden de sus atrincheramientos; embisten al traidor Indaburu, que se parapeta en la plaza de armas y lidia como un león, seguro de que no encontrará misericordia para su felonía; véncenle y aprisiónanle, y ahórcanle, sin más for– malidades ni requilorios, en la propia cuerda alzada por el traidor para el infortunado Rodríguez; tornan a sus posiciones de Chacal– taya, no aprehendidas aun, y allí aguardan la acometida del enemigo. Realízase ésta el 25. Los libres pelean desesperadamente. En la contienda cae el noble y valeroso Castro; pero los seiscientos fusi– leros y doscientos caballos de Murillo, únicas fuerzas sostenedoras de la buena causa, que apenas si encuentran ayuda en las nubes de indios que las siguen sólo armados de macana y de rejón, vense, tras algunas horas de brega heroica, en la exigencia de dejar el campo, y hmr por los altos, previo incendio y explosión del parque, hacia Coroico e Irupana, donde creen poder prolongar la resistencia. El victorioso Goyeneche pernocta en el frígido teatro de esa triste lucha. El 26 deja en él trescientos hombres con Ramírez Y Piérola, y en la tarde penetra en la capital por dos opuestas direc– ciones, es a saber, por las sendas de Lima y Potosí, dispuestas sus tropas de aquel modo en el deseo de no franquear escape a los re– beldes. Ignora la retirada de éstos últimos por los nevados. La van– guardia de Domingo Tristán, el más tarde fracasado general de la Macacona; y el núcleo o grueso del ejército mandado por el presi– dente del Cu co, encuentran la ciudad desierta y silenciosa.
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