Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

64 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ huir. Hiciéronle a escape en la dirección del Alto Perú para allí continuar la resist ncia, carrera d salada en que, para momentáneo descanso, detuviéronse en el paraj denominado de las Piedrecitas. Allí alcanzóles una de las partidas destacadas en su seguimiento (6 de agosto). Su comandante José María Urién, dió casualmente con el potrero en donde pastaban las bestias de Liniers, denunciado lue– go por el terror de los campesinos circunstantes, y apresado en la humilde choza que le daba albergue. (3) Llevado a Córdoba con sus compañeros de fuga y desgracia- el gobernador Gutiérrez Concha; el asesor de éste, Dr. Victoriano Rodríguez; el obispo de la Diócesis, Dr. D. Rodrigo Antonio de Orellana; el confesor y capellán de este prelado, presbítero Dr. D. Pedro Alcántara Jiménez; el jefe de las milicias desbandadas, coronel Santiago Allende; y el oficial real o tesorero, don Joaquín Moreno- Vieites, el delegado de la Junta Gu~ bernativa, participó a Ocampo la orden reservada que, al salir de Buenos Aires en julio, se le había dado de fusilar a Liniers y a sus cómplices, quienes quiera que fuesen. El noble corazón del jefe expedicionario rechazó la orden sim– plemente verbal que se le daba, y hasta se dice que mañosamente divulgó la nueva de aquel suplicio en la ciudad, que, herida de honor y compasión, interpuso sus ruegos y generosa mediación por ante el delegado. De acuerdo los cabecillas defirieron el pedido y dispusie– ron el envío de los presos a la capital, a la cual despidieron expresos antelados con el parte de todo lo sobrevenido. La Junta Gubernativa, influída por el inexorable Mariano Moreno, y sobre todo temerosa de una reacción realista al ingreso del prestigioso y querido Liniers en Buenos Aires, apresúrose a llamar a Vieites y a enviar en su reemplazo al no menos inexorable Juan José Castelli. (4) Emprendió éste viaje a Córdoba, a la vez que, en sentido contra– rio, caminaban los ilustres detenidos, extraídos de la población entre el dolor universal de los cordobeses. El nue o delegado tropezó con (3) "El general, dice un autor, estaba a oscuras: el teniente Urién abrió impetuosamente la puerta y le intimó la rendición: el general lanzó el gatillo de una escopeta de dos tiros, pero erró el fuego, y el vencedor de Whitelocke se entregó preso a los que habían sido los soldados y los compañeros de su gloria, en días de esplendor, que harto rápidos fueron para él'': V. F. López, op. et loe. cit. (4) Anotaremos aquí una clrcun tancia muy curiosa. La Junta de Buenos Aires, a poco de expedir a Castelli, le dirigió oficio hecho el 10 de enero de 1811, ordenándole que ''en cada intendencia, se eligiese un representante de los indios.; que, siendo de su misma calidad, y nombrado por ellos mismoSI, concurriese al Congreso, con igual carácter y representación que los demás diputados". V. los Fastos de Navarro Viola, Revista de Buenos Aires, t. III, año 1864, págs. 102 y 103 .

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