Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

72 GERMA LEGUIA y MARTINEZ a cerca de veinte mil hombres, colecticios o no y, en nombre de su nación y de su gobierno, habló a los peruanos de independencia y de libertad, ofreciéndoles su apoyo incondicional para obtener aquellos bienes, y exhortándolos a procurárselos, a la sombra de los ya pre– potentes estandartes bonaerenses; documento interesantísimo, que debemos insertar, por lo mismo que constituye el acto público pri– mero, la más lejana iniciación oficial de la intervención argentina en la emancipación de nuestra patria; intervención desde ese mo– mento acariciada, perseguida y luego consumada por los numerosos próceres que, en épica y sucesiva figuración, presidieron los destinos de la tierra cuna de San Martín. "Habitantes del Virreinato del Perú, decía: La proclama que, con fecha 26 de octubre del año anterior, os ha dirigido vuestro ac– tual virrey, me pone en la necesidad de combatir sus principios, antes que vuestra sencillez sea víctima del engaño y el error venga a decidir la suerte de vosotros y de vuestros hijos. Yo me intereso en vuestra felicidad, no sólo por carácter, sino también por sistema, por nacimiento y por reflexión; y faltaría a mis primeras obligacio– nes, si consintiese que os oculten la verdad u os disfracen la menti– ra. Hasta hoy, ciertamente, no habéis escuchado el eco de mi com– pasión, ni ha llegado hasta vosotros la luz de la verdad, que tantas vece~ d~"eaba anunciaros cuando la imagen de vuestra miseria y abatimiento atormentaba mi corazón sensible; pero ya es tiempo de que os hable en el lenguaje de la sinceridad y os haga conocer lo que acaso no habéis llegado a sospechar". "Vuestro virrey os da a entender que la metrópoli aun dista mu– cho de su ruina, cuando asegura, sin temer la censura pública, que el tirano de la Europa siente su debilidad a vista de la constancia española, y trata de alcanzar, con la seducción y el engaño, lo que no ha podido conseguir con la fuerza. ¿Y los halláis tentados a creer esta falsedad? No me persuado. Vosotros no podéis ignorar que la España gime, mucho tiempo ha, bajo el yugo de un usurpador sagaz y poderoso, que después de haber aniquilado sus fuerzas, agotado sus arbitrios y anulado sus recursos, se complace de verla arras– trada ante el trono de su tirano, oprimida de las fuertes cadenas que arrastra con oprobio. No podéis ignorar que, arrebatado por la per– fidia del trono de sus mayores, el señor don Fernando VII suspira inútilmente por su libertad, en país extraño y conjurado contra él, sin la menor esperanza de redención. No podéis, en fin, ignorar que los mandatarios de ese antiguo gobierno metropolitano que han que– dado entre vosotros, ven decidida su suerte y desesperada su ambi– ción, si la América no une su destino al de la Península, y si los pueblos no reciben ciegamente el yugo que quieran imponerles los

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