Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

74 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ XI Jamás se había hablado en tales términos a los pósteres de Man– co y de Cahuide, a los desventurados rebeldes de 1535 y 1780 1 que, aplastados en sus alardes de libertad, con Túpac Amaru primero, con Aguilar y Ubalde después, y, por fin, con Mateo Silva habían perdido toda esperanza de resurgir y yacían en un desvanecimiento que creyó definitivo el orgullo peninsular. La revolución del Plata y su cruzada independizadora de 1810, dejaban, así, de ser manifesta– ciones circunscritas, meramente nacionales, destinadas, como los fueron en su principio, a redimir a los hermanos de las provincias del virreinato bonaerense; para, saltando sobre el Desaguadero, sal– vando los linderos históricos de las dos reparticiones político-colo– niales del mediodía, transformarse en convulsiones continentales, en sacudimientos americanistas, dirigidos, ya no sólo al ideal patriótico de la propia autovivencia, sino al filantrópico, al grandioso de la emancipación común de los otros pueblos sudamericanos ... Y no, ciertamente, por un prurito de expansión dominadora, por un ímpetu de monopolio o de conquista; sino para consagración y con respeto de las nacionalidades presuntas. El primordial objeto de la oleada potente que amagaba barrer con el ejército refugiado en el cuartel general de Zepita, y con cuantos opusiéranse a su to– rrentoso paso, tenía por finalidad "hacer a los peruanos felices en su 'propia patria". Y esta vez el enérgico caudillo de la irrupción manu– misora no venía a consumar su sagrada obra para resguardar los derechos de Fernando VII, ni para restaurar hipócritamente el po– derío de la metrópoli, que gemían, uno y otro, "sin la menor espe– ranza de redención"; para hacer que "vivieran libres, o bajo la pro– tección del gobierno de Buenos Aires"; para que "gozaran en paz de aquellos originarios que les usurpó la fuerza".- "Pensad en vosotros mismos, que ha llegado el tiempo de hacerlo"; tal fue la solemne concreción de la cruzada magna que, hollando ya los prehistóricos escombros de Tiahuanaco, aprestábase a invadir la legendaria tierra de los hijos del sol. XII "No reconociendo otra representación legítima, ni más inmedia– ta de los pueblos, en aquellas circunstancias, que la de sus ayunta– mientos respectivos" (palabras del propio Castelli), dirigió éste sus correos y emisarios a dichos cuerpos, que fueron como claustros de gestación, tribunas de propaganda, focos de concentración y de fer-

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