Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
86 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ discutido personaje y de sus obras por más de un siglo, créese en aptitud de enunciar su veredicto; y aquí lo pronuncia y estampa, en conceptos francamente condenatorios, contra quien, disponiendo de oportunidad única, brillante, y de medios amplios, decisivos, para proporcionar un gran bien a la atormentada patria donde, como él, hemos nacido, prefirió ser leal con la metrópoli lejana, y fiel a la causa de sus destronados déspotas. Reconocemos y admiramos esa lealtad, que nos costó tantos años de lucha, tantos sacrificios, lá– grimas y sangre; pero, cualesquiera que hubiese sido su mérito y sus móviles, repudiámosla y maldecímosla, severos, imparciales, en vista de su alcance funesto y consecuencias desastrosas. XIX Uno y otro espansores de la tregua de mayo obraron, al pac– tarla, con evidente mala fe: uno y otro, al estampar su firma, acari– ciaron ocultamente el intento proditorio de romper las estipulacio– nes en ocasión favorable para sus planes, y la determinación de aco– meter de modo sorpresivo a su respectivo contendiente. Los dos ge– nerales parecieron no haber pretendido otra cosa que posponer la acción decisiva general, sin renunciar, entretanto, a aquellos ardides y medios encaminados a prepararse en tal acción un feliz éxito. Los cuarenta días del armisticio, roto antes de vencerse, señaláronse, al efecto, por frecuentes movimientos, reconocimientos y hasta cho– ques de ambos bandos; hechos que, por supuesto, dieron margen a las consiguientes quejas, reclamaciones y explicaciones. No nos detendremos a detallar tales irregularidades (para no darles otro calificativo), pues que no tocan al objetivo primordial y sucinto de esta etapa de nuestra obra; y nos limitaremos a decir que, apenas perfeccionados los aprestos de Goyeneche con el arribo de los re– fuerzos de Lima y convencido simultáneamente Castelli de hallarse expeditos sus recursos de cooperación a retaguardia de los oposi– tores, aquél y éstos operaron resueltos a violar la tregua que solo aparentemente maniataba su acción, anhelosos de llegar al término de tantos esfuerzos, privaciones y fatigas. Motivos poderosos sobrevinientes imprimieron su sello de pre– cipitación desesperada en los alardes de los generales patriotas; mo– tivos procedentes de las querellas intestinas y alteraciones políticas ocurridas en Buenos Aires, donde el prócer Dr. D. Mariano Moreno había sido excluido de la Junta de Gobierno originaria, ya consti– tuida por dieciocho miembros, una vez admitidos en ella los dipu– tados de las provincias; cuerpo que, bautizado en la historia con el nombre de segunda junta, fue desde entonces monopolizada por
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