Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
98 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ Huaqui, del puente del Inca) y del coronel cuzqueño don Pablo Astete, por entonces realista desatado. (4) V Todas estas fuerzas (excepto las últimas, que llegaron días más tarde), puestas en contacto y combinación, embistieron por diversos lugares a los indios, que peleando denodadamente en todas partes y no dejando acercarse siquiera a sus perseguidores a favor de las terribles galgas (5), concentráronse al final, imponentemente, en los vecinos picos y desfiladeros de Llocco y de Pampajasí. Largos días hubieron los realistas de bregar contra esos atiza– dores de la sacra hoguera, que según la frase de Murillo, ya nunca habría de apagarse; turbas milagrosas que, si parecían un instante deshechas, el día siguiente, o sólo horas después, ofrecíanse rehechas como por encanto. ¿Quién se atrevería a pisar sus huellas sobre las jaleas níveas en que solían perderse; ni a aventurar camino por los peñascales y crestas en que, nuevos anteos, cobraban reiteradas energías, al parecer indominables? ( 6) La llegada de Astete y de Lombrera, y, más que todo, la de Pu– macahua y Chuquihuanca, perfectos vaquianos del terreno y cono– cedores del peculiar sistema bélico de sus compatriotas, empujaron al cabo esas muchedumbres, que pronto veremos resurgir sobre las sierras, si bien no en forma tan aterradora como en esta oportunidad. (4) Hermano entero, legítimo, de don Domingo Luis, también jefe de cuerpo de Huaqui y Sipesipe; pero, en 1814, miembro de la Junta de Go– bierno constituída en el Cusco por Angulo y Pumacahua, y medio hermano natural, de don José, anciano patriota fusilado en Arequipa, en 1815, por el sanguinario general Ramírez de Orosco, en unión del argentino Cherveches, según ya se ha relatado. (5) ''Arma espantosa", dice Camba, en cuyo uso son en extremo diestros aquellos indígenas": op. et vol cit., pág. 67. (6) Esta clase de guerra, dice Torrente, desordenada y sangrienta, era muy fatal 'a las tropas del rey; aquellos bandidos (sic) no presentaban ninguna batalla campal; pero talaban las haciendas y casas de campo, y ha– cían que los empleados en ellas se incorporasen en sus desarregladas filas: cuando se veían hostigados, se retiraban a las elevadas cordilleras, y se co– locaban en desfiladeros y quebradas impenetrables: su conocimiento práctico ael terreno era su mejor defensa; y las marchas forzadas y contramarchas que las tropas del rey tenían que hacer para alcanzarlos causaban más bajas que sus mismos ataques. De aquí provenía el aburrimiento del soldado y la deserción, cuyo mal era difícil corregir por el apoyo que para ello prestaban los indios y cholos de los pueblos, y porque, de querer castigar con todo rigor aquel delito, habría aumentado el descontento y el número de los ene– migQS"; op. et vol. cit., pág. 202.
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