Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

GOYENECHE EN EL ALTO PERU 105 a la revuelta, tornan a encenderse en fantástico cordón sobre las alturas. Caminos y postas se repletan de rebeldes; las comunicacio– nes se interrumpen; las muchedumbres se condensan y avanzan; las ejecuciones infligidas a los realistas sorpresas y cogidos, se suce– den; las ciudades tiemblan y solicitan la protección de los vecinos jefes; noticias intranquilizadoras llegan al cuartel general potosino, despertando conjuntamente la cólera, el temor y la inquietud de Goyeneche; y otra vez, por su orden, o por mero impulso espontá– neo del deber y de la propia conservación, pónense en actividad los represores de la fermentación anterior, desarmados en el territorio, a saber: Lombera, Astete, Pumacahua, Chuquihuanca y Benavente. Pero resultan vanos sus esfuerzos. Dispersas aquí, rechazadas allá, despedazadas en un punto, aplastadas en el siguiente, casi siem– pre vencidas por la técnica y la disciplina, no por eso las multitudes de indígenas desaparecen: como ya se expuso, repónense instantes más tarde de sus frecuentes descalabros y tornan a la brega. Algunas de esas turbas, con un núcleo de soldados· semidisciplinados, de aqué– llos que han cuadrádose y combatido ya contra tropas regulares, revisten la apariencia de ejércitos formales y audazmente préstanse a la consumación de empresas como el asalto de Oruro (mediados ele Noviembre de 1811), llevado por el caudillo patriota don Esteban Arce y rechazado por el gobernador de la plaza Indalecio Gonzáles de Socasa (9); y el ataque contra Chuquisaca, dirigido (fines de di– ciembre) por el independiente Carlos Taboada, a la cabeza de tres mil indios, que, repelidos de esa población por Ramírez Orosco, su gobernador y perseguidos por éste, presántanle con tenacidad heroica varios combates sucesivos, en Huata, en Mojotoro, Yampaya, Yam– paraes y otros sitios, hasta sucumbir o retirarse. XI Pero, si Socasa, Ramírez, Lombera (10) y otros podían obtener éxito favorable en sus cuitas, gracias a su táctica o a la potencia de la guarnición que tenían a su alcance, ocurrió enseguida que otros jefes se viesen en apuros, próximos a perecer o a capitular. Astete, por ejemplo, encontróse de repente "arrinconado" en Chayanta ( 11), (9) Con sólos rmos doscientos fusileros y dos a tres mil indios a caballo, por supuesto mal armados,. (10) Este otro jefe disponía, según confesión del propio Camba, de mil quinientos hombres, o sean mil trescientos infantes y doscientos caballos: Memorias, vol. cit., pág. 68. (11) Confesión de Torrente: op. et vol. cit., pág. 202.

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