Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

GOYENECHE EN EL ALTO PERU 109 seguir hasta el río Pasaje, vadeado el cual empezó a picar la reta– guardia de las tropas argentinas, que en esos momentos Belgrano procuraba reunir en Tucumán. Sabido esto por el brigadier arequipeño, movió el grueso de sus fuerzas de Suipacha (1? de agosto de 1812); y, con ellas, proce– dió hasta acampar en Tapia, en pleno territorio platense, a unas ocho leguas, máximum, del cuartel general de Belgrano. Llevaba dos mil ochocientos infantes, mil doscientos soldados de caballería y diez piezas de campaña. Su presunción le hace creer que, con tales elementos, ya sin duda veteranos y probados en varias sangrientas acciones, puede conquistar el mundo. Cree habérselas con muche– dumbres completamente bisoñas, como las de Castelli, Rivero, Arce y Melchor Guzmán; e inicia una marcha de penetración tranquila, ciega: más que un invasor cauteloso, parece un vencedor que no espera choque ni obstáculo. XIV Belgrano, entretanto, recibe orden de la junta de gobierno bo– naerense, alarmadísima ante esa irrupción de un ejército que acaba de vencer en todas las zonas conmovidas del Alto Perú, y que puede, en momentos, ser seguido por el de Potosí con el mismo prestigioso Goyeneche - recibe, decimos, mandato perentorio de abandonar a su suerte las provincias invadidas; constituirse en la sede capitalina, para escudarla; pues no sin fundamento, se la supone objetivo de los invasores; y destruir, a la salida, todo el parque y material de guerra que le fuera difícil llevar consigo en aquella inconsulta reti– rada. Belgrano, que ha empezado por soliviantar todo el ganchaje de campos y poblaciones, organizado y dirigido por el bizarro pa– t riota coronel Manuel Dorrego (herido en el combate de 12 de enero, al intentar y sostener heroicamente el frustrado vadeo del Suipa– cha), propónese no dejar en Tucumán otra defensa que la de esas partidas o montoneras dorreguistas, y cumplir con lo que se le pre– viene desde la capital. Pero, cuando se propaga en el pueblo la nue– va fatal de aquella partida, los vecinos, como un solo hombre, pre– séntanse al general saliente; demándanle a gritos que no los abando– ne; y ofrécenle desplegar cualesquiera esfuerzos y consumar cuales– quiera sacrificios en protección de su suelo, de su vida, de sus pro– piedades. Los atentados de Cochabamba exaltan su terror y mués– transe decididos a sucumbir, antes que ver su ciudad en poder de los españoles. ''Belgrano, dice un historiador, al ver atestado su cuartel de viejos, de señoras y niños, que le piden llorando hacer pie allí y defenderlos, resuelve desobedecer al gobierno, y se detiene

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