Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
GOYENECHE EN EL ALTO PERU 117 para evitar males mayores, que amenazaron producirse o reagra– varse a la partida de Goyeneche (22 de mayo) de la ciudad de Oru– ro a la de Arequipa, lugar de su domicilio y nacimiento. ¿Estaba el esclarecido jefe desnudo y desposeído de toda ambi– ción política? ¿Por qué no supo o no quiso utilizar la dichosa co– yuntura que esta actitud de sus tropas le ofreciera, para hacerse dueño de la situación, piloto de los sucesos, centro de las circuns– tancias; conductor de multitudes tímidas o vacilantes, pero inclina– das a un cambio de régimen y de principios; y, en fin, brazo y escudo de la autonomía del Perú, que indudablemente habríalo colocado en la suprema magistratura? ¿Creyó que ella constituiría una traición, nefanda en quien tenía el cuidado y la responsabilidad de los ejér– citos reales, y había, cuatro años antes, venido a América, como enviado de las Cortes de Cádiz y de la Junta de Sevilla, en pos de sostener los derechos del Rey Fernando? Es posible y aun probable que, si Goyeneche como Pezuela y La Serna más tarde, es decir, como los posteriores generales en jefe del ejército del Alto Perú, hubiera sido promovido al ejercicio del virreinato -decidiera, a semejanza de los O'Donojú y de los Gaínza, ponerse al frente del movimiento emancipador, o transigir con él, empujándolo en el sentido de las conveniencias de su patria. Por desgracia, impidiéronlo los yerros de los Tristán, íntimamente liga– dos con él por el afecto y por la sangre. Cabaflerosidad suma, egregia lealtad, fueron, sin duda, los po– tentes resortes de su conducta, que, como ya dijimos, aplazó tantos años la coronación de la empresa magna, e impuso al Perú la larga serie de luchas, sacrificios y dolores que se relacionarán después. Lamentamos de corazón los sentimientos enunciados, sin conde– narlos, por su moralidad intrínseca; lamentémoslos, sí, a causa de sus dilatadas y deplorables consecuencias. Como hombre y como caballero, mal podríamos incidir en lo primero; como patriota, ha– bremos de inclinarnos a lo segundo. Los actos humanos, la concien– cia, sobre todo, que los gobierna y los conduce, constituyen algo tan complejo y tan intrincado, que siempre ofrecerá dificultades insalvables al juicio de la posteridad, al criterio de la historia y al ojo investigador, pero siempre falible, de la ciencia.
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