Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
SEGUNDA EXPEDICION AGENTINA SOBRE EL ALTO PERU 119 del virreynato; oriundo de Naval, en el reino de Aragón, donde vio la luz en 1761; venido al Perú en 1805. Había este notabilísimo jefe educádose en el real colegio de artillería de Segovia, salido del cual, en la clase de primaria de al– férez, pasó al ejército activo y concurrió al memorable sitio de Gi– braltar en 1782. Herido en uno de los asaltos, fue ascendido a ca– pitán por su brillante comportamiento; e hizo en seguida las cam– pañas de Guipúzcoa y de Navarra contra las huestes de la Francia republicana hasta ser promovido a coronel efectivo en 1803. Temores tan vivos como fundados, relativamente al peligro que las colonias andaban por causa de la guerra contra la Gran Bretaña, corroborados después por las invasiones de 1806 y 1807 a Buenos Aires, dieron mayor margen a la expedición del real decreto de 13 de agosto de 1804, dirigido a establecer en el Perú, como en Nueva Gra– nada y en México, una subinspección y comandancia general de ar– tillería, creando setenta plazas, con la respectiva numerosa plana mayor; dotado de fuero propio y de juzgado privativo; y dividido en brigadas y compañías competentes, que se distribuyeron en Guayaquil, Trujillo, Callao, Lima, Cuzco y Chiloé. Pezuela fue el primero, designado por la Corte para jefe supe– rior del arma, interino primero (1804), propietario después (1811); año, éste último, en que vióse ascendido a brigadier. Llegado al Pe– rú, según se dijo, en 1805, no encontró en el virreinato más que no– venta y dos artilleros, indignos de tal denominación; tristemente ins– talados en el antiguo conventillo de los Desamparados, a espaldas del palacio del Virrey; sin más campo de acción que el imperfecto de Barbones, ni más centro proveedor que la pésima fábrica de pólvora del Martinete (local del actual molino), ni más piezas de artillería que las típicas fundidas por los empíricos apellidados "campaneros'', expeditos, como exprésalo su apodo, no tanto en ha– cer cañones, cuanto en aprontar campanas ruidosas para los templos. Mal secundado al princip10 por Avilés, pudo, al año siguiente, contar con el apoyo resuelto del previsor Abascal (1806); y, así, a la sombra de éste, arremetió entusiastamente en la regeneración de su arma; labor en que dio a conocer "la inteligencia, la activi– dad y el acierto" que lo distinguían, y cuyos frutos para exponer las cosas en pocas palabras, fueron: la construcción del cuartel de Santa Catalina, para el cual compráronse la huerta y la panadería adyacentes a la línea sur de la plazuela de aquella denominación; la instalación, en el mismo, de comisaría, sala de armas, maestranza, almacenes, laboratorios de mixtos y depósito de éstos o santabárba– ra, todo ello dirigido y acabado por el arquitecto exclusivo y clási-
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