Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
PROLOGO XIX inesperado favor. Lo agradeció, políticamente, pero dejó expresa constancia de su prudente rechazo: "No haré uso alguno de este beneficio, que resultaría abrumador para las actuales angustias del erario; pero ello no lastimará en lo menor el profundo reconoci– miento que os debo y de que sois por todo extremo dignos" (5). Actitudes semejantes le granjearon a Germán Leguía y Martí– nez el apelativo de "tigre". Y en verdad se distinguía por la suti– leza y la agilidad de su talento; por la sensibilidad dúctil y pene– trante; y por una conducta cabalmente decidida en atención a los principios, ajena a hesitaciones o complacencias, y cuyo contraste con hipócritas blanduras la hacía parecer tan intransigente como agresiva. Pero transcurrieron los días; pasaron al cabo los años; y aunque esa reciedumbre llevólo a la ruptura política con su pri– mo, el presidente Augusto B. Leguía, éste llegó a lamentar en cier– ta ocasión (6) el distanciamiento labrado entre ambos, y el hecho de que su régimen se viera privado del colaborador más honesto. Quemóse "en los altares de la idea", según la gráfica expresión suscrita por los senadores de 1921; las obras que legó como "fruto de sus sacrificios", permanecieron inéditas; y sólo hoy pueden "di– fundirse y llenar sus altos destinos", debido a la "gratitud tardía" de sus pósteros. * * * Germán Leguía y Martínez nació en Lambayeque, el 30 de abril de 1861; pero en 1866 hubo de trasladarse a Cajamarca, don– de su padre asumió las funciones de Juez de Primera Instancia, y allí transcurrieron los años de su niñez y su adolescencia. En la quietud hogareña, y al calor del afecto paterno, inició su cono– cimiento de las tradiciones familiares (7) y los fastos locales; y en (5) Cf. la Memoria que pres-en•tó al Congreso Ordinario de 1922, en su condición dJe Ministro de Gobierno: p. xlvi. (6) Aquella lamentación ha sido comunicada por los descendientes del senador Eliodoro M. del Prado, fallecido en 1925. Visitaron al presidente Augusto B. Leguía para agradecerle su condolencia; y, abrumado por las al– ternativas de su prolongada gestión, habría dicho, con espontáneo sentimien– to, que apreciaba a Germán Leguía y Martínez y al desaparecido senador co– mo los más honrados colaboradores de su régimen, pero la ausencia y la muerte lo habían privado áe uno y otro. (7) Con la evocación del solar vasco, donde los Leguía aprendí.eran a confiar en su previsión y su esfuerza, destacaba la ya borrosa figura del bi– sabuelo, nacido en Panamá, llegado a Chiclayo en 1752 para administrar las rentas provenientes del .estanco de tabaco, papel sellado y naipes. Fue Eusta– quio Leguía, 1establecido luego en la señorial ciudad de Lambayeque; discreto sostenedor d·e la necesidad de reformar las instituciones económicas del ré-
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx