Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

APARICION HISTORICA DE SAN MARTIN 133 mando del brigadier don Mariano Osorio desembarcaba en costas chilenas, para combatir al propio O'Higgins y a los Carrera, que ha– bían~ juntos, de sucumbir meses después en Rancagua. Por último, en el territorio del Plata, el inescrupuloso José Gervasio Artigas habíase sublevado con las provincias de la Banda Oriental (el Uru– guay). Y, aunque aliado después con los argentinos para sitiar a Montevideo, acabó por entenderse secreta y traidoramente con los españoles, al extremo de abandonar una noche el campo sitiador con todas sus fuerzas, dejando descubierta el ala izquierda de los patriotas, y todo lo anteriormente ganado en peligro próximo de perderse; calamidad reagravada con el reciente arribo de refuerzos peninsulares a la plaza, consistentes en cuatro mil hombres, que, para practicar su salida y arremeter en forma a los independientes, no aguardaba sino el avance de Pezuela, con quien por supuesto hallábase y procedería de acuerdo, y en pos del cual, una vez llegado el vencedor de Vilcapugio y Ayohuma, al Rosario, iría esa guarnición, en y con los elementos navales de que disponía, para, con un grueso invencible de doce mil veteranos, avanzar y castigar a la orgullosa Buenos Aires. Así, "la situación era tremenda: Pezuela, pronto a en– trar por Salta: Artigas, arrebatando recursos e interceptando las co– municaciones del ejército que sitiaba a Montevideo y que no podía moverse adelante ni atrás: las tres provincias litorales insurreciona– das y en armas contra el gobierno nacional" (3); y la causa común de América aplastada, aniquilada, o pronta a serlo, completamente, por todas partes. . . Abascal, como un coloso formidable, como un genio invencible, alzóse, soberbio, irónico, sonriente, sobre un regue– ro continental de pólvora y humo, despojos humanos y sangre, puesta fa mano potente sobre el cuello y tronco de la hídra emanci– padora, cuyas cien cabezas habían, al cabo, chorreantes y rígidas, rodado a sus plantas. Su sombra legendaria empuñó fatídica el es– tandarte sin prestigio, pero reviviscente del poder hispano y el gri– llete remachador de nuestra servidumbre, a la manera que, un día, el cleriguillo abulense, sobre la pirámide de encéfalos desgajados por la cuchilla en las estepas de Jaquijaguana; o el espantable Cañete, sobre la línea dantesca de patíbulos por él extendidos a lo largo del conmovido y trémulo virreinato ... Natural era, pues, que Pezuela, al invadir las poblaciones septen– trionales del Plata, alimentase ilusiones tan halagüeñas como aqué– llas que Goyeneche forjárase después de sus victorias de Huaqui y Sipesipe. Las barridas audaces de Vilcapugio y Ayohuma habían des– pejado el Alto Perú: el vencido, arrinconado tristemente en sus dé- (3) V .F . López, loe . e::~.

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