Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

144 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ habría necesitado para ponerse en campaña contra Pezuela, y que se vió reducido a una estricta y difícil defensiva" ( 11). Procuró, en lo posible, incrementar sus efectivos y devolver su moral hondamente relajada por el descalabro, a ese que otra vez debería ser núcleo de resistencia, ya que no instrumento de victoria, contra los invasores del Alto Perú. Encerró para ello sus tropas en la denominada ciudadela de Zanjón, recinto clausurado a todas las miradas; rodeado de fosos y albarradas, munido de torreones, alme– nados y troneras; en cuyas defensas improvisadas se instaló compe– tente artillería, y en cuyas interioridades, privados de toda salida y contacto con el exterior, adiestrábanse sin descanso los recién enro– lados, o reafirmábanse en su organización y disciplina los soldados preexistentes. Y, de otro lado, seguro de la presencia de espías con– trarios, que no hostilizó de propósito, convirtiéndolos más bien en instrumentos de sus planes, dióse a extraer de noche y sucesi– vamente, algunos de sus cuerpos, que, en marchas misteriosas, no conocidas ni sospechadas por nadie, tornaban luego a su cuartel fortificado, casi diariamente y a plena luz, con la apariencia de refuerzos bien armados, correctamente formados y aguerridos, venidos al parecer (ya que traían ese camino) desde la misma Buenos Aires. Con todo lo cual el general realista, a quien estos particulares trasmitíanse tranquilamente de Tucumán a Jujuy, comenzó a creer que sus tropas habrían de habérselas, no ya con los bisoños grupos de gente empíricamente conducidos por Belgrado; sino con un ejér– cito numeroso, tácticamente instruido, y discreta, científicamente comandado. Los tucumanos, por su parte, fijos en el rostro sereno, luminoso y risueñamente irónico del general patriota, cobraron pron– to aquella fe profunda y confianza ciega que, en presencia de sus grandes jefes y conductores, en todo tiempo de peligro, experimen– tara el alma de los pueblos. Dejamos a Pezuela en Jujuy desde el 27 de mayo, ignorante todavía del triunfo de Arenales en La Florida (obtenido sólo dos días antes), de la muerte de Blanco y demás desastrosos hechos ocurridos en el Alto Perú. Puesta la mirada en la, para él, incqnmo– vible potencia de Montevideo, con cuyo comandante -don Gaspar Vigodet- debería maniobrar en combinación al aproximarse al río Paraná por Tucumán, Santiago del Estero y Santa Fe; llegó a Jujuy seguro de barrer en el camino a cuantos opusiéranse a su paso, alentado, más que todo, por la nueva, que ya conocía, de la próxima salida de la fuerte expedición Osario sobre Chile, expedición que, según instrucciones de Abascal, habría de pasar la cordillera apenas (11) Vicente Fidel López, op . cit ., vol. II, pág. 101.

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