Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

XXII ALBERTO TAURO es posible que así acentuara los matices emocionales del momento y le confiriera una solemnidad ritual. Quizá se percibió un tono premonitorio en sus versos, y pudo recordarse que los antiguos reconocieron la voz de los dioses en. la poesía. Pero lo cierto es que el juvenil poeta supo interpretar el fervor de los ánimos, y aso– marse al inmediato porvenir, cuando anunció: "Los hijos legenda– rios de Ayacucho ... quemarán hasta el últúno cartucho". Y cuan– do prorrumpió, al final, en una trágica exultación: "¡Marchemos a buscar victoria o muerte!". Sus inflexiones, temblorosamente pro– nunciadas, arrancaron un aplauso unánime, caluroso, triunfal; y Mariano Felipe Paz-Soldán, que presidía la ceremonia en su cali– dad de Ministro de Justicia e Instrucción, ordenó inmediatamente que el inspirado "canto" fuese editado por su despacho y los res– pectivos ejemplares fuesen entregados a su autor para que dispu– siese de ellos libremente, y, por añadidura, le ofreció un empleo acorde con sus aptitudes. Pronto fue adscrito a la legación acreditada ante el gobierno de Ecuador (17-II-1880), para neutralizar las intrigas que allí des– plegaba la diplomacia chilena; y, aparte de auxiliar en sus labores burocráticas al plenipotenciario Juan Luna, contribuyó a la propa– ganda de la posición peruana en el conflicto. Pero las noches eran largas y quietas en Quito, como en las ciudades provincianas del Perú; y, disfrutando sus horas en silencioso retiro, Germán Leguía y Martínez supo hacerlas fecundas. En el dilatado curso de sus lecturas otorgó preferencia al pensamiento liberal de Juan Mon– talvo, que sufría en el destierro la hostilidad de la intolerancia predominante. E inclinado hacia las concepciones románticas, com– puso poesías en las cuales apeló a la naturaleza para expresar sus sentimientos, ofreció su afectuosa comprensión a cuantos imagina– ba doblegados por algún dolor, y recreó en su fantasía las histo– rias populares de tiempos viejos. Como tributo a sus afinidades liberales, y tácita condena a la falsedad de la pacatería, escribió entonces El Manchay-puito (Infierno aterrador), una "leyenda dra– mática" cuyo asunto básico fuera anteriormente desenvuelto por Ricardo Palma, en una de sus "tradiciones", pero en su nueva for- cede a la edición del Canto a mi Patria (Lima, Imprenta Liberal, 1879), du– rante aquella ceremonia, Germán Leguía y Martínez manifestaba "encontrar– se afligido, sin duda por su escasez de r.ecursos que se nota en su pobre aunque aseado vestido". Pero tal observación nos parece muy elemental y doméstica. Preferimos atribuir esa apariencia a una intensa vida interior, en la cual sie conjugaban los problemas anímicos juveniles con los resabios de– jados por la violencia provinciana, y su consecuente asociación con la vio· lencia guerrerista desencadenada por Chile.

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