Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
ORIGENES DE LA ESCUADRA CHILENA 527 XX No duro mucho tiempo el corso chileno. El 10 de agosto de 1818 se expidió decreto formal de prohibición de la salida de nue– vos corsarios; y sólo continuaron, por consiguiente, ocupados en dicha hostilidad, aquellos buques que, encontrándose a gran dis– tancia, como el "Chileno" del capitán Coll, no pudieron imponer– se en el acto de la abolición acordada por el gobierno. Tal medi– da, aconsejada por el primer comandante en jefe o almirante nom– brado para la naciente flota, obedeció, por supuesto a muy fun– dadas razones. Los buques de guerra nacionales corrían el peligro de verse sin tripulaciones que los sacaran a la mar, porque todos los individuos expertos en el ramo o inclinados a la profesión, huían de engancharse en las naves del Estado y, al contrario, lo hacían de muy buena gana en los multiplicados que llegaban para darse al corso . Ora porque su natural independiente y levantino viese con horror la férrea disciplina que Blanco Encc..lada se afa– naba en introducir en los buques de su mando; ora porque la re– tribución oficial, aunque suficiente, resultase mezquina en com– paración de la que pagaban de contado los corsarios, y desprecia– ble ante las promesas de participación que en sus contratos se hacían para el caso de botín y presa; ello es que, a cada llama– mien to de enganches para co.irso, brotaban, como de la tierra, mul– titud de voluntario$, listos para salir a esa atrayente vida de lucro y aventuras, en tanto que nadie respondía a las invitaciones del gobierno con el propio fin, en instantes, sobre todo, en que, sa– bida la p r óxima aparición de un convoy peninsular de naves y tropas, se había decidido partir a sorprenderlos. Pronto se vió cundir la deserción en la gente de mar ya ajustada a bordo, que se escondía y se embarcaba subrepticiamiente en los nuevos barcos corsarios. El minister io de mar ina, ser vido por el patriota y previsor Centeno, afanóse en r emediar el mal, prodigando la amenaza y el castigo sobr e la cabeza de esos desertores; y hasta llegó a señalar cifra máxima de tripulantes que cada nave corsaria podría obte– ner. La m edida fue burlada fácilmente. Salían esas naves de Val– par a íso con el rol limit ado de precep t o; pero luego, en puertos y caletas solitarias y p r oximas, recibían cuantos marineros les era dable conducir, citados a esos puntos y llevados a ellos de modo fur tivo, y en ellos congregados en gozosa espera. An te tal estado de cosas, la abolición del corso mismo, plan– teada como una necesidad por el almirante, resultó remedio único,
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