Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
532 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ proximidad de la patria; sus éxitos autonomistas; el estrépito de las batallas que, en el Alto Perú, ora en victorias increíbles, ora en de~hecha~ desastrosas , vertían la sangre de sus compatriotas y xigían para el desquite abnegada cooperación de todos los argen– tinos - ncendieron su patriotismo ya despierto; tocáronle de pundonor y remordimiento, al verse en filas adversas a las de su predilección; y estimularon sus antiguos anhelos de enrolarse en las heroicas, si bisoñas multitudes armadas d e sus hermanos de América. Resuelta la deserción, contemplada como un deber tan urgente cuanto imperioso, efectuóse aquélla en forma casi nove– lesca, con la ayuda de algunas hermosas montevideanas, afectas a la causa emancipadora. Paseo improvisado en las afueras dió ocasión para el peligroso pJan. Caballo listo en las cercanías de campestre quinta desprendió al patriota de su femenil acompaña– miento. y trasportóle al campamento próximo del ejército inva– sor argentino, al cual llegó el oficial fugitivo pa~ando por mil in– cidentes, entre avanzadas y destacamentos españoles, que felizmen– te respetáronle por el uniforme que llevaba. Aceptados de plano sus servicios y protesta~, fue enviado en comisión a Chile. Llegado a ese país en los momentos de la expedición Gaínza (1814) púsose a las órdenes del director supremo Lastra, en lo~ terribles instan– tes en que la ocupa.ción de Talca por Elorriaga abría a los vence– dores realistas el camino de la capital. Ya hemos visto cómo, al frente de mil seiscientos hombres, precipitadamente reunidos y ru– dimentariamente organizados, partió el joven marino, convertido en general a los veinticuatro años, y puso sitio a la ciudad refe– rida, a la que conminó de rendición. Sabemos asimismo cómo el jefe de la guarnición asediada, Algel Calvo, rechazó atrevidamen– te aquella conminatoria; cómo .en vez de un asalto audaz, Blanco Encalada se contentó con mantener una actitud de expectación que brindó tiempo al enemigo para el envío de refuerzos; cómo, al acercarse éstos, hubo aquél de alzar el sitio y retirarse tenazmen– te; y cómo, en fin, alcanzado en los fatídicos campos de Cancha– rrayada, fue allí inmediatamente desbaratado, no siquiera por la fuerza de línea, sino por la montonera del famoso Olate. El marino– general hubo allí de huir vertiginosamente con sus masas irresisten– tes, dejando cuatrocientos prisioneros, gran número de muertos y heridos, caja, artillería, provisiones y parque (1). O'Higgins y Carrera disimularon el desastre y rindieron tributo a la bizarría del vencido racionalmente expuesto por la naturaleza de las cosas, (1) V . las págs. (445 a 448) de esta Historia.
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