Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

BLANCO ENCALADA 533 por los medios y circunstancias de la época, a toda especie de fra– casos. Sabida es la carencia de hombres en los tiempos que historia– mos. Todos ellos eran útiles, con tal que tuviesen un principio de versación en la cosa pública, en las armas, en la diplomacia, en la marina o en la técnica. Todos resultaban aprovechables en instan– tes en que la urgencia de los servicios, lo ardiente de las necesi– dades, lo desconocido o difícil de los negocios, imponían la adop· ción de lo primero que estuviese a la mano. Creíase, y aunque no se creyera, aguardábase que, como ocurriera cien veces, el fuego de la inspiración supliera la maestría; el del entusiasmo, la expe– riencia; el arrojo, la disciplina; y el ímpetu, la organización. Todo hubo de improvisarse, hasta la estrategia; y el desastre en una esfera no era. en ningún modo, la caída en desgracia, la exclusión. ni el menosprecio, ni la deshonra, ni el olvido; sino el llamamien– to a esfera distinta, en qué descubrir las aptitudes escondidas o provocar las nativas vocaciones. La opinión pública, consciente de su escasez de corifeos, de sus exigencias y de sus peligros. devolvía en consideración y en gratitud lo que el sacrificio no mereciese de aplauso. Tal hubo de suceder, y sucedió con el desventurado ge– neral a fortiori, deshecho en Cancharrayada. Sus jefes mantuvié– ronle a su lado, consoláronle de sus desazones, y confiáronle, a la aparición de la primera expedición Osorio, el mando de la artillería, para cuyo manejo, como marino de profesión estaba in– dudablemente mejor capacitado. Batióse al frente de aquélla en Rancagua y fue del número de los que emigraron a Mendoza; pero, alcanzado por fuerzas de Osorio en su retrasado camino (en el pueblo de los Andes), cayó entre los prisioneros cogidos inmedia– tamente después del terrible asalto. Como consecuencia de esa captura, fue uno de los patricios deportados por Osorio a la isla de Juan Fernández. Libertado de su extrañamiento por la victo– ria de Chacabuco, y devuelto a Valparaíso en el "Aguila" tornó a la dirección de una de las unidades de su arma. Doce piezas de artillería, gracias a su serenidad y prudencia, salvaron, con la división de Las Heras, en la fúnebre noche de la segunda rota de Cancharrayada, y con ellas pudo batirse otra vez bravamente, en la d ecisiva brega de Maipú. Obtenida está gran victoria fue, dos meses después, nombrado gobernador de Valparaíso y comandante gene– ral de marina; cargo importantísimo que, inútil e infructuosamen– t e desempeñado por sus predecesores - coronel don Rudecindo Alvarado, general don Francisco Lastra (el ex-director supremo) y coronel don Francisco Calderón - dióle oportunidad de prestar

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