Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

BLANCO ENCALADA 539 Talcahuano, plaza torpemente des;;antelada por Osario, en el ato– londrado regreso que, con destino al Perú, emprendiera el 8 de se– tiembre; y allí largó anclas a la espera de los tres trasportes que venían atrás. Decimos tres, porque, para esa fecha, había ya su– cesivamente arribado a dicho puerto, desde el 24, el "Atocha", el "San Fernando" y la "Maria"; desembarcado las tropas, que con– ducían a su bordo (algo más de quinientos hombres) inmediata– mente incorporadas (con su jefe comandante del Cantabria, coro– nel Fausto del Hoyo) a las pocas con que nuestro conocido, el bra– vo brigadier Juan Francisco Sánchez, sostenía el estandarte real en Talcahuano y Concepción; y, llenado aquel cometido, continuando viaje al Perú. Los tres últimos en .extremo retardados por los re– cios temporales de la estación, no llegaron, como ya veremos, has– ta después del 28. Y todo ello ocurría cuando el gobierno de Bue.– nos Aires bien impuesto por los tripulantes del "Trinidad", del nú– mero! rumbo, circunstancias, elementos, instrucciones, plan de se– ñales y demás pormenores de la flota española convoyada por la "María Isabel", había tenido tiempo de sobra (desde el 26 de agos– to) para participar minuciosamente todos esos datos importantísi– mos al gobierno de Santiago, que, como ya hemos visto, apresu– ró a apercibir vertiginosamente su escuadra, hasta hacerla partir, perfectamente acondicionada para el objeto que tenía en mientes, a las órdenes del almirante Blanco Encalada. V Esa saJida fue un acontecimiento emocionante. Era el 10 de octubre, y sonreía en el horizonte un espléndido amanecer de pri– mavera. El sol, aunque escondido aún tras la enorme mole del Aconcagua, extendía ya su explosión de rayos de oro por entre las faldas y sobre las cintas de Ja cadena oriental. Los collados pró– ximos a la población, aparecían coronados de inmensa muchedum– bre, ansiosa de contemplar el extraordinario espectáculo. A las cin– co de la mañana nadie había dejado de estar en pié. La playa rui– dosa; las calles del puerto, dispuestas como en anfiteatro; puertas, balcones y techos, cuyos corazones palpitaban, a la par, de triste– za y entusiasmo, ora porque las blancas velas, desplegadas a los aires, como alas de gaviotas níveas que van a emprender el vuelo, arrancaban del hogar a algún ser querido, lanzado a las incerti– dumbres de la marítima campaña; ora porque, en esa misma an– gustia del adiós, quizá perdurable, encendíanse el orgullo de ofren– dar a la patria un sacrificio más, y la satisfacción de palpar los

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