Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

554 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ Así la "Palas". Piloteo brusco y total, a la redonda, de contrarrum– bo, en el sentido de barlovento, planifica la nave en pleno andar, mientras el navío perseguidor, en el ímpetu de su extrema velo– cidad, pasa delante como una flecha, sin poder reprimir su em– puje hasta muchas mlllas allá. Cochrane, como enclavado en el desierto oleajei, en pié junto al timón, que él acaba de sofrenar, ve satisfecho alejarse como una sombra al presuntuoso adversa– rio. Da las voces de ¡"viva!" y de "¡iza velas!"; concede soltura a su gobernarle; y se dispara, a su vez~ en sentido opuesto. Rasga los aires el jubiloso grito de la tripulación salvada; y, cuando en lon– tananza parece ya la "Palas" sólo un punto, aun resuenan los hu– rras de orgullo y alegría de su enloquecida gente ... Procedimiento semejante líbrale del ataque conjunto de tres corbetas enemigas, que de modo inopinado qomparecen sobre su ruta. VII En 1808 hace, en Rosas, una defensa formidable del fuerte de La Trinidad. Cuando no puede triunfar, burla a sus rivales, hasta abochor– narles y enfurecerles. De preferencia busca la sombra para sus asal– tos. Al contrario de lo que otros acostumbran, de día húndese en las afueras para no ser visto; y es en la noche cuando se exhibe dominador y terrible, precisamente en la oportunidad escogida por los contrarios para escapar a su osadía y su fiereza. Sus hazañas le colman de popularidad. El condado de Hamil– ton le envía al parlamento, y después el de Westminster ( 1807). Incorporado en la Cámara de los Comunes, truena contra los abu– sos y deficiencias de la marina, contra la inercia o ineptitud de sus propios jefes, Se cree útil alejarle, y se l~ confía la fragata "Inperiense", destinada a operar en las costas de Francia con el almirante Homborough. Sigue al Mediterráneo, con Collingwood. In– crementa allí su fama por todas partes y todm, los días. Es, du– rante dos años, la pesadilla de1 litoral español; y el sólo anuncio de su presencia o de su vecindad suspende el movimiento comer– cial y todo tráfico de tropas, a no ser el de aquéllas que en tierra acuden a la costa, temerosas de los desembarcos que efectúa a veces (como, en una ocasión, ocurre en Figueras). La eminente expectación en que se coloca constitúyelo luego en una autoridad merecedora de recibir y absolver las importan– tes consultas del almirantazgo. Lord Mulgrave, presidente del en-

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