Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
EL LORD EN VALPARAISO 621 cuanto para evitar y suprimir todo ingreso de recursos y socorros, en armas, tropas y víveres. Realizado esto, no era ya de temer nin– gún intento hostil en territorio y mar chilenos; puesto que, a la mera noticia de una invasión, como ésta, en el corazón del virreina– to del Perú, cualquiera división naval o cualquier ejército de los adversarios llegados al Pacífico, se apresurarían a acudir en defen- sa de su poderío central amenazado, y dejarían a la república chi– lena completamente libre. Razones anteriormente apuntadas hicieron que estos osados pensamientos de Cochrane chocaran contra la voluntad del ministro Centeno, que, consultándolos al Senado, para extender a este cuer– po y distribuir colectivamente la respnosabilidad, hizo que por aquél se pronunciase rechazo perentorio sobre el asunto. No por ello el ministro vióse eximido de la cólera del lord, que desde ese instante profesólc profunda inquina. XII Y esa inquina av1vose con la serie de cuestiones y, más que todo, de vacilaciones, desconfianzas, deslealtades, contradicciones y debilidades, e[l que el gobierno fué incurriendo sin tregua, en sus relaciones con el almirante. La mayoría de los. autores chilenos re– conoce que, en la generalidad de 'los casos, tuvo éste de su parte la razón y la justicia; sólo que tamañas ventajas comparecieron en él desvirtuadas por lo rebelde y atrabiliario de stl- ruda índole. Parece, en primer lugar, que el secretario del almirantazgo, Alvarez Jonte (nombrado e impuesto como ya se ha dicho), dió en constituirse, al lado de este jefe, en una especie de asesor imper– tinente, interventor odioso, y aún censor entrometido, al extremo de que el excelso escocés juzgáralo agente ad hoc de la logia de Lau– taro; Argos del poder, receloso o desconfiado; testigo enfadoso de todos los instantes; plaga trasplantada de tierra a bordo; y hasta espía de San Martín. La ciega protección dispensada al secretario daba visos de fundamento a su posición tan depresiva. Sin duda pa– ra exaltar su importancia personal y consideración, había el tal J onte pedido con insistencia su ascenso a teniente coronel, como recompensa de anteriores servicios. A tal solicitud contestó el go– bierno, espontáneamente, con algo que para el lord era inaudito. Hízose al secretario 1 de golpe, capitán de navío, con tratamiento y honores de tal a bordo de la almiranta. En vano el disciplinario escocés hizo constar la imposibilidad de "recibir, en ningún buque de guerra de la escuadra a cualquier oficial de rango igual o supe– rior al de los capitanes; posible de chocar, en autoridad o de cual-
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