Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
VALDIVIA.- LA GORRA DE VIDAL 679 ella lanza a sus bravos, empezando por el castillo exterior que es el del Inglés. Felizmente para los atacantes, la castellana guarnición se ha desmedrado en los últimos días, durante la ausencia del lord en Concepción y Talcahuano. Parte de los soldados milicianos se ha trasladado a Osorno lugar del sur, a treinta leguas de la plaza aco– metida, camino del Estrecho; y cantidad no despreciable de los de línea, todos pertenecientes al batallón Cantabria, ha sido llamada a la ciudad de Valdivia, emplazada catorce millas adentro de la boca del río y rada de su nombre. Todavía hay, con todo, un millar de hombres. Los patriotas apenas si llegan a la tercera parte de tal cifra; pero su ardor y su denuedo son extraordinarios. El número, como siempre, se humillará ante la olímpica decisión del hombre conductor de aquella gente, que le infunde su gran espíritu. XIV Pasadas las ocho de la memorable noche, dantesca línea de som– bras trepa, por los escarpados y angostísimos zigzajes de la barranca, hacia el fortín. Silencio profundo en las filas. Ruido aterrador arri– ba,con el cañoneo que se hace a buques y lanchas de desembarco; estruendo incesante abajo, por el incansable botar y rebotar de las encrespadas olas contra dunas y peñas. Adelante va Miller con sus soldados de guarnición y sus marinos. Detrás Beauchef, con la co– lumna proporcionada en Concepción por el gobernador Freire. Con Miller, el valeroso, el incomparable adolescente: Vidal. A la desfilada, porque el abrupto sendero, colgado sobre el abismo, no permite el paso sino a un solo individuo, esa sierpe de espectros escala las alturas. La ruta, a cada instante interrumpida por quebradas y zanjas, charcos y malezas, y salpicada por las olas, que a sus pies revientan en montañas de espuma, parece regada con agua de jabón: los hombres resbalan, caen, se levantan, vuelven a caer, pero prosiguen. Un soldado de apellido Rojas, español de los apresados el 18 a bordo de la "O'Higgins", hace de guía. El silencio es profundo en todo el lapso de tiempo exigido por aquel gateo he– roico en el corazón de las tinieblas. Al fin tócase en el extremo de la explanada posterior, talón aquileo de la fortaleza; extremo prote– gido por débil estacada, que se salva fácilmente. El sordo estruendo del furioso oleaje no ha dejado a los españoles percibir el rumor apagado, pero siempre rumor, de esa otra ola humana que se apro– xima. Grueso grupo, formado ya por los soldados de vanguardia, grupo en que relampaguean los ojos de Vidal, hase constituído cabe la estacada ulterior. La retaguardia del cordón, gran parte de éste,
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