Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

682 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ citerior; vuela hacia los primeros lienzos, flancos y cortinas del ba– luarte-núcleo; párase ante una de sus troneras o portillos, quítase la gorra; aviéntala adentro; lanza, profético e inspirado, grandioso, giganteo, la sabida celebérrima frase: "A donde va mi gorra, allá voy yo"; y ágil, vivo, inebriado de bizarría y de gloria, de esa gloria présaga y presentimiento de los altos hechos, de las epopeyas inmor– tales, penetra en el recinto recóndito de la ciudadela, descuidada hacia ese punto; y con su puñado de héroes "desaparece entre las sombras" (28). Avanza, cruza plataformas, barbetas y merlones, has– ta comparecer a espaldas de los realistas, que, embebecidos en la de– fensa exclusiva de la retaguardia del fuerte y aferrados -a las aspille– ras, vomitan un volcán de proyectiles sobre los conmilitones del im– berbe heroico, sin darse la mínima cuenta del áspid que con él se ha infundido en sus entrañas; y rompe en el estentóreo viva y despide la descarga cerrada que con Miller, Beauchef y sus subalternos he– mos oído bramar desde la explanada exterior de la embestida fortaleza ... XVII No hay que repetir cómo la guarnición hispana, compuesta en ese instante de unos sesenta hombres a lo más (porque 1os trescien– tos restantes forman a la sazón al extremo oriental de la plaza de armas, con la intención de aplastar la invasión, persistente hacia la hecha de la Aguada), cae en repentino e indominable pánico, al en– contrarse con el adversario adentro. Y, como juzga que, en ese ingreso, hase internado e incidido sobre ella el grueso de la columna patriota, apenas si acierta a correr, tirarse al suelo y huir; huir de– sastrada, vergonzosamente. Ese temor, cuya causa desconocida no se explican, ni requieren siquiera los infantes de fuera ya en plena for– mación - comunícase a éstos últimos, que se avientan al campo desalados, en pos de los primeros. Vidal, Miller y Beauchef dispáranse detrás de los alebronados fugitívos. Los gritos de vencedores y vencidos resuenan con lúgubre eco en los montes y hondonadas circunvecinas (29); las balas y ba– yonetas patriotas hacen estragos; los realistas no piensan siquiera en entrar y sostenerse en la plaza atacada, acogiéndose al subsiguien– te castillo de San Carlos, cuya guarnición pónese a la vez en cobro, incapacitada de combatir. En ese punto Vidal luce su nobleza, de– fendiendo la vida de los oficiales españoles, que el capitán argentino (28) Juana M. Gorriti, id. id. (29) Miller, loe. cit.

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