Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

688 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ vía a los invasores; y las horas trascurren desesperantes, entre idas y venidas, vueltas y revueltas. Como Montero, en la terrible noche del 25 de mayo de 1880, Miller y su gente se debaten y fatigan a ciegas, y, al rayar el nuevo día, ven que no han avanzado un solo pa~ so. Es el 18 de febrero. XXII Un sol relampagueante marca al fin la ruta de las defensas en que, confiado y sonriente, vela el adversario. Descúbrese, antes que otro cualquiera, el fuerte de la Corona con su batería delantera. Los independientes, con Miller y Vidal y Erezcano a la vanguardia, asal– tan uno y otra, y los toman rápida y heroicamente. La fuerza, fati– gada por la marcha nocturna, aunque entusiasta con aquel prístino éxito, recibe un descanso de una hora, y procede a la captura del inexpugnable castillo de San Miguel de Aguy, principal entre cuantos cierran el territorio invadido; castillo terriblemente emplazado so– bre una altura, entre peñascales que el mar bate de un lado; y bosque espeso, dilatado, infranqueable, de otro. Para ascender a ese baluar– te ciclópeo, hay que aventurarse en un sendero angosto y único; tendido en zigzag. como una sierpe, sobre el declive del monte; y en cuyos ángulos, entrantes y salientes hanse dispuesto también para– petos formidables, que, como la ciudadela central, enfilan el trayecto y pueden barrer de él, a cañonazos y metralla, a cualquier audaz que se atreviere a perderse en sus pardos eslabones ascendientes. Dentro del Aguy hay nada menos que 500 plazas, a saber: tres compañías de infantería de línea, dos columnas de milicianos isleños o chilotes, y una brigada de artilleros ejercitados. Para colmo de dificultades, ese sendero serpeante a la descubierta sobre los barrancos de la playa, está también dominado, y puede asimismo ser barrido por dos lanchas cañoneras, que, al abrigo de la fortaleza, se balancean al pie, en la bahía de San Carlos. XXIII Miller que no averigua jamás el número de sus enemigos, es– coge sesenta de sus infantes y marineros - los que más se han señalado en la brega de Valdivia- y con ellos se dispara sobre el primer tramo de la escarpada y peligrosa vía, en que esos valientes íntrodúcense veloces y trepan casi a gatas. No han dado los asaltantes cinco pasos, cuando retumba una descarga, de artillería y fusilería a la par, cerrada, fuerte, destructora. Oyese distintamente la voz y vese clara la silueta de dos frailes, que, como el Valverde atroz de

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