Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

VALDIVIA.- LA GORRA DE VIDAL 689 Cajamarca o el odioso Gonzalo de Guarina, con una lanza en la dies– tra y un crucifijo en la siniestra, exhortan a los grupos realistas a "acabar con los filisteos patriotas". Desvanecida la humareda de ruta y parapetos, en que los lúgubres estallidos renuévanse instante por instante, percíbese un cuadro desgarrador. Miller yace en tierra con tres heridas: una, de metralla, que le ha horadado y rasgado el muslo izquierdo; otra, causada por un proyectil de a cuatro, despe– dido desde una de las lanchas cañoneras, que le ha despedazado el empeine derecho. En torno del malaventurado jefe, blanco preferido siempre de las balas enemigas, yacen asimismo soldados patriotas muertos y dieciocho heridos. Apenas si han resultado indemnes vein– tidós de los asaltantes. Vidal entre ellos. Los otros -son treinta y ocho- han quedado fuera de combate. Vese que, en tales condi– ciones, aún aportando la reserva, todo conato es imposible. Erez– cano asume el mando y ordena la retirada ... Bajo el fuego infatigable de los parapetos y el cañoneo que el castillo escupe sin compasión, la brava columna a poco espacio incrementada por la retaguardia 1 carga con sus heridos. Vase a aban– donar a Miller, incapacitado para el menor movimiento, cuando tres de sus subalternos, entre ellos aquel bizarro soldado Rojas, guía de los independientes en el asalto y la captura de Valdivia, e individuo que ha llegado a sentir por el sargento mayor inglés profundo y sin~ cero cariño, niéganse a partir sin su jefe, al que levantan en brazos, con todo el tiento y la consideración posibles. Dos de ellos son he– ridos, pero siguen avante con su preciosa carga (43). Cumple la co~ lumna con ese deber respecto de cuantos se encuentran en idéntica situación que Miller, y atiende de otro lado a la defensa, en que cabe empecinarse ante la meznada engreída de los contrarios, an– siosos de aniquilar a los que se retiran. Brilla en tales circunstancias el sereno denuedo de Vidal. Es él, antes que nadie, quien, poniéndose al frente de aquel retroceso an– gustioso, mantiene a respetuosa distancia a los perseguidores. Carga unas veces a la bayoneta, hostilidad que, cual ninguna, aterra a los realistas; envía, otras, sus abanicos de disparos, que, multiplicando las bajas, imponen respeto y temor a los soldados españoles; asegu– ra, en todo caso, el avance tranquilo, fuera ya de tiro, de sus conmilitones inutilizados. En una brega continua y mortal de varias horas, larga de dos leguas, en que se gana y conquista la senda pal- (43) Hablando de Rojas, refiere Miller en sus Memorias, que fué este meritorio soldado quien llevóle hasta el bote, agregando que, cuando (Miller) lo invitó a seguirlo, contestó: No señor: fuí el primero que desembarcó: espero ser el último que se reembarque. Y, en efecto fué el último. Pág. 231, nota.

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