Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
OPINION EN LIMA 333 tos contra el despotismo agonizante. Los mismos realistas eran ya devorados por los furores de la discordia; y los patriotas deseaban i-ecibir cuanto antes a sus libertadores y proclamar la independen– cia a despecho de sus torpes opresores. Así, se entregaron ciegamen– te a hostilizarlos por todos los medios... y con tal audacia y sagacidad, que no pueden desmerecer una justa mención. Seducir oficiales y sol– dados, para que se pasaran a San Martín, se había hecho ya un nego– cio de feria. Los españoles no sabían cómo preservar su ejército de es– te contagio; pero él existía entre sus más íntimas y secretas co– nexiones. Por este y otros medios no menos curiosos, los generales patriotas estaban al alcance de los acuerdos, medidas y opiniones más privadas de sus enemigos; sabían el pormenor de sus fuerzas, cuerpo por cuerpo, destacamento por destacamento, sin exceptuar las calidades personales de sus jefes. Las más mínimas incidencias colaban a los campos patriotas, con la misma celeridad que las más importantes novedades. No bien un consejo de guerra había termi– nado sus debates, cuando las actas pasaban el Rímac en busca del general libertador. La opinión penetraba ya sin estorbo en todas las clases de la sociedad, y los esfuerzos del patriotismo eran feliz– mente secundados por la seductora novedad que naturalmente debía inspirar una crisis tan solemne en la antigua y opulenta capital de los virreyes. Una muda resistencia se generalizó entonces en la po– blación. Nadie franqueaba auxilios que no fueran exigidos a viva fuerza. Por medio de diestras representaciones, amargas quejas y rumores alarmantes, que se sucedían sin interrupción, los patriotas se proponían abrumar la cabeza del intruso virrey; suscitar discor– dias y competencias entre las autoridades; y hacer, en fin, que estas mismas ocurrencias jocoserias saltasen en los papeles públicos, pa– ra que tan desastrosa situación fuese notoria en todos los ángulos del Estado. El descontento, en unos; la desconfianza, en otros; el temor, en éstos; la rabia, en aquéllos: tales eran los frutos que estas travesuras patrióticas prometían a sus autores, que, a excepción de muy pocos mártires, y a favor de la confusión general, quedaban casi siempre impunes. . . Constantes los limeños en sostener este nuevo género de guerra de recursos, y cada vez más fecundos en improvisar las más divertidas estratagemas del arte, dieron en fra– guar multitud de anónimos, que difundían por toda la ciudad. Es– tas piezas, generalmente ejecutadas con admirable habilidad y su– tileza, eran alternativamente redactadas y remitidas con todas las apariencias y calidades de cartas confidenciales o documentos de ofi– cio. Otras circulaban al acaso, ya en verso, ya en prosa, ya satíricas, ya burlescas, ya demagógicas y declamatorias, teniendo todas por objeto enredar o desenredar las intrigas privadas del gabinete (y
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