Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

334 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ las que no lo eran), multiplicando así los elementos de confusión y desorden" ( 1). VI Entre los anónimos de que trata Arenales, hubo uno que, sobre todo, ocupó la atención de muchas gentes, principalmente la de las religiosas de los monasterios de Lima; y hasta mereció la honra de aparecer en lª Gaceta oficial, con una amenaza pública de castigo, suscrita nada menos que por el virrey La Serna. Era ese anónimo una carta dirigida a la priora del monasterio de Santa Teresa, y firmada pór el R.P. Fr. Esfanislao Sánchez, fran– ciscano fallecido cuatro años antes en el convento de su orden en Lima; carta que, no por ser escrita "desde el otro mundo" por "un alma en pena", dejó de alarmar menos a la destinataria y a sus her– manas en religión. Y no era, en efecto, para echar en saco roto el fremendo contenido, promisor de violaciones y saqueos en las ca– sas de reclusión monacal, puestos en noticia de las presuntas vícti– mas, con invitación perentoria de abandonar la ciudad, para refu– giarse en poblaciones menos amagadas por el furor y la licencia de la soldadesca realista. Ello es que la carta puso en alarma loca a las Teresas, quienes pusiéronla en manos de su capellán, a fin de que este último deli– berase primero e hiciese después, lo que al caso y a su gravedad correspondía. La carta del P. Sánchez decía así: "Muy reverenda madre priora:- Unos hombres bandidos y sin religión han resuelto, en una junta de guerra, el saqueo de los templos e incendio de la ciudad, bajo el simulado pretexto de que San Martín no la ocupe. Esta resolución es efectiva. ¿Y qué será de vosotras, esposas del Señor, entregadas vilmente a la torpeza de una soldadesca brutal? ¿Esperaréis tranquilamente ese momen– to terrible, en que la profanación del santuario y vuestra sangre derramada sea el término de tan inicua atrocidad? ¿No dicta la prudencia el que vuestra reverencia solicite del Excmo. e Iltmo. se– ñor arzobispo la correspondiente licencia para salir fuera de la ciu– dad con su virtuosa comunidad? Sea, pues, reverenda madre, este aviso el que salve las vidas y el honor de tan santa congregación, refugiándose en lea u ótro lugar que se halle libre de las armas. Consúltese vuestra reverencia como es debido. Entre tanto, no ceso de rogar a Dios, en fuerza de mi ministerio sacerdotal, para que (1) Op. cit., págs . 74 a 77, 1~ edición.

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