Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

RETIRADA REALISTA 341 repusiese, de modo rápido, las perdidas energías de los convale– cientes. Tal región estaba cerca, casi a la mano, y era la sierra del Perú, alta y salubre, frígida y tónica, abundante en población,. rica en re– cursos; aislada, y por eso extraña a las novedades de la costa; y, en consecuencia, poco contagiada todavía, en su gran masa indígena, por naturaleza y hábitos inerte, por los anhelos e ideas de libertad que ya saturaban el alma de los pueblos yacentes a las riberas del Pacífico (3). Allí sería fácil reemplazar con ventaja, esto es, con gente ro– busta y joven, las muchas bajas causadas por el clima, el hambre y la deserción; claros imposibles de llenar en la sede capitolina, cuyo vecindario en todo tiempo habíase manifestado reacio al servicio, .inaparente para él, cuya presencia en las filas resultaría inconve– niente por sus inclinaciones autonomistas, las que de seguro soca– varían la fiaelidad y disciplina de los enrolados nativos, que eran los más; y elemento, en fin, que, en todo caso, resultaría inferior, como el despierto y sufrido de ultracordillera, soldado ejemplar e irreem– plazable, y como tal muy apreciado por sus jefes. IV Medidas estratégicas de momento, y necesidades esclarecidas por la más vulgar previsión, acentuaban la exigencia de la desocu– pación. La segunda expedición de Arenales amenazaba soliviantar todo el interior; y su éxito favorable -no dudoso en ausencia de fuerzas realistas considerables, ql}e destruyéranla o equilibraran esos que Camba denominaba sus peligrosos progresos- llevaba trazas de poner en rebeldía a todas lás provincias circundantes; condenar al ejército español refugiado en Lima a un aislamiento y encierro !>irt salida; y ensanchar así, pavorosamente, el radio del bloqueo en que la armada y las huestes patriotas habían puéstolo de cerca. Aquella división veterana, desprendida hacia el corazón de la co– lonia, constituía, para sus adversarios, el riesgo más temible, entre los muchos contemplados por los decadentes dominadores peninsu– lares; y, en consecuencia, establecieron, como urgente e inaplazable, el desvanecer esa amenaza, cuyas proyecciones podían obtener alcan– ce tan aflictivo cuanto trascendente. (3) Tal, a lo menos, creíanlo los españoles, que no daban sino una im· portancia ocasional y transitoria a los movimientos indígenas centrales; error de que saldrían muy pronto ante la actitud irreductible de pueblos tan he· roicos como el de Cangallo.

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