Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
348 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ planes; como si hubiese comprendido (y así era en efecto) que, en el punto a que habían llegado las cosas, ya no era factible prescindir de aquel elemento, antes desconocido, pero a la sazón ya pujante, de– nominado ''la opinión pública". Y el documento, aunque pesado en la forma y casi frío en su pensamiento, pero, eso sí, lleno de calma y aun de sinceridad, era, a la vez que un tributo al expresado factor de la opinión general, un alto y calculado resorte diplomático, diri– gido a interesar la atención y a entibiar el entusiasmo de aquel mis– mo pueblo a quien el funcionario español dirigía la palabra; no sólo porque explicaba, con razones claras y sencillas, un paso que se– guramente habría de interpretarse como manifestación de impoten– cia, ya que no de cobardía; sino porque, en ciertas frases, deslizadas ~orno al desgaire (sin segunda intención ni preconcebido estudio, al parecer), dejábase comprender el muy minimizado e insignificante :nflujo, que, para la última y suprema decisión del conflicto que iba a debatirse con las armas en la mano, tenía la evacuación; o, si se quiere, la entrega de la capital (que tal era su abandono, en definiti– va); y de una capital que, para lección de estrategas venideros, califi– cábase, con razón, de ubicada en forma inconveniente y reñida con los principios militares; y cuya ocupación, en fin, profetizábase sa– biamente de inoficiosa y precaria. Ya veremos, al dar cuenta de las negociaciones que, por forma, d.ábase en proseguir simultáneamente con tan inesperadas e impor– tantes medidas estratégicas, si había razón para imputar a los inde– pendientes, de modo exclusivo, la falta de lealtad que el virrey atribuíales, en el sentido de evitar la guerra. Porque es lo cierto que, si las negociaciones continuaron, la confesión misma de que, con ellas, nada se podría arreglar, y de que hacíase preciso pensar en planes más vastos y extensos, acusaba más bien culpa de parte de los realistas, y no tanta de parte de los independientes. IV El efecto que, en las filas españolas, produjo la proclama de La Serna, resultó contraproducente y aplastante, más que todo para los enrolados, criollos y serranos. Fue entonces cuando rompió la deser– ción a que antes hemos aludido, ora en los cuarteles, ora en los asi– los de misericordia; astutamente fomentada, ésta última, por los mé– dicos, practicantes, barchilones, y, en general, por todos los depen– dientes hospitalarios, a cuya cabeza, misteriosamente, pero con gran talento, entusiasmo y abnegación, se ha dicho que laboraba tenaz– mente el nunca bien ponderado patriota Dr. D. Julián Morales. El vecindario entero, por su parte, disputábase a porfía el placer de
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