Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

350 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ nuestro honor y nuestra seguridad), sus horrores y desgracias.- En el hospital quedan unos cuantos enfermos, que, por la gravedad de sus males, he juzgado sería contra la humanidad el moverlos,· por lo cual imploro la filantropía de V.E. y de sus jefes a favor de estos desgraciados, para que sean curados y asistidos del mejor modo po– sible.- Estará de más excitar la generosidad de V.E., en favor de los que han seguido con constancia la causa que defiendo; pues ni es conveniente al interés de V.E., ni a la justicia, el hacerles cargo por su conducta política anterior.- Todo lo expuesto, en nada puede influir a que la negociación pendiente no tenga la feliz terminación que yo positivamente deseo, si V.E., por su parte, se halla verdaderamente dispuesto a que cesen las calamidades que asolan estos países.- Con este motivo, señor general, tengo la satisfacción de asegurarle que los pasos de V.E. para con estos ha– bitantes, merecerán los míos en la recíproca". VI No se puede dejar de reconocer el acierto y la sagacidad de que La Serna hizo lujo en esta comunicación; ni pasar por alto la finura y la diplomacia con que arrancó a la retirada todos sus caracteres desastrosos y desconsoladores efectos. Mientras todos los sentimien– tos de temor, hábilmente orientados por la proclama, convergían a la sazón sobre las guerrillas, por lo indisciplinado de sus componen– tes; el virrey colocábase de un salto en un plano superior respecto de San Martín, ora dirigiéndole caballerosas recomendaciones, ya no sólo en favor de sus enfermos, sino de sus correligionarios compro– metidos, peninsulares o americanos; ora abriendo a los tímidos un refugio en las vecinas fortalezas; ora, en fin, formulando promesas públicas de reciprocidad y estableciendo, como resolución invariable suya, la continuación de las negociaciones, y, con todo ello, impri– miendo cierto sello irrevocable de nobleza y generosidad en las ope– raciones de la guerra. Resplandece, sobre todo, en la mesurada y hasta fría elocución ae esa proclama, algo que honra al virrey sobremanera: a saber, la evidencia, que dondequiera se palpa, de que, aun terminada la pró– rroga última (S) del armisticio, y no obstante la actual inferioridad de sus fuerzas -reducidas a una división de apenas dos mil hom bres- no sería atacado en modo alguno por el general independiente, no obstante de tener a la sazón un doble efectivo de las suyas. Era esa (5) Cuando, en consecuencia, podían lícitamente reabrirse las hostilida– des cuatro días antes es decir, el 30 de junio.

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