Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

OCUPACION DE LIMA POR LOS INDEPENDIENTES 365 a última hora ha reforzado La Serna. Ordena a los jefes de guerrillas, cuya dudosa disciplina infunde en el pueblo de Lima temores vehe– mentes, despejar el valle y sus cercanías. La capital, ceñida por sus viejos muros, queda, además, circunvalada y protegida exclusivamen– te por fuerzas de línea, y paladea el alivio que consigo derrama la sombra protectora de un poder amigo y ordenado. Viene a continuación disposición escrita de que tales fuerzas acaten, como impartidas por su general, las órdenes emanadas del Marqués gobernador. El elemento palatino, no por momentáneo me– nos adulador y ligero, a la vez que ensalza aquel arranque de con– fianza política y hasta de abnegación militar, tilda la disposición de finamente cortés, pero intrínsecamente formal. Alguno se avanza a ver en ella una burla sangrienta. Proponen los unos verificar la sin– ceridad del mandato; los otros, desenmascarar la burla y tentar si en el fondo de la medida palpita algo serio. Montemira trasmite, a un regimiento instalado a distancia de dos kilómetros, la prevención de levantar el campo y estacionarse más lejos. El cuerpo conmi– nado, sin réplica ni vacilación, se traslada a distancia doble,, casi a La Legua. La admiración palaciega y la popular llegan al colmo: seco– menta el incidente con entusiasmo; todo es alabanza para el liber– tador misterioso, que tarda tanto en dejar~e ver. XII Aunque las irrupciones parciales realizadas de momento, tan na– turales y modestas cual si se tratase de destacamentos intraurbanos habitualmente movidos por las atenciones del diario servicio, consti– túyense indicio cierto de la forma sencilla y silenciosa en que habría de efectuarse la irrupción total, esperada por instantes, el vulgo ca– pitolino, acostumbrado a los arribos virreinales, estancados de pronto en el vecino puerto, precisamente para dar tiempo y espacio a los preparativos de la recepción ruidosa y triunfal que venía des– pués, pudo y debió imaginar que la demora del famoso general, quizá concordante con tales tradiciones, obedecía al propósito de consagrar éstas, una vez más, con su propio ejemplo. Así, la mayo– ría aguardaba el anuncio oficial del día en que debería consumarse la entrada solemne. Pero lo solemne fue el chasco; lo inesperado, su sorpresa. El 9, a la media luz del crepúsculo, abríanse las portadas de Monserrate para dar paso a una división patriota, que, entre los aplausos de la multitud, cruzó llanamente las calles, con irreprocha– bles compostura y disciplina, indiferente casi, y ocupó los principa– les cuarteles. Otra división hizo lo propio en la mañana del 10; y

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