Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

366 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ transcurrían las horas sin otra novedad, cuando, a las ocho de la no– che más o menos, voló por los ámbitos de la población la extraña nueva, no esperada por nadie a esas alturas, de hallarse el bene– mérito San Martín en el palacio de los Virreyes. ¿Cómo -pues ello era verdad- había podido sobrevenir el insospechcado suceso? La Sacramento, goleta de la escuadra patriota, a cuyo bordo desde el 6, encontrábase el general en jefe, había, al caer de la tarde del referido día 10, dejado el fondeadero del Callao, tomando rumbo hacia el sur, entrado en el surgidero de Chorrillos, desprendido un bote y largado un pasajero. Sin que nadie pusiese atención en este último, en quien las apariencias del desembarco acosaban a un co– misionado cualquiera, tomó la playa con un ayudante, un guía y tres caballos; cabalgó en uno de. éstos, haciendo lo propio sus acom– pañantes; y partió con ellos camino de Lima, ciudad en la cual pene– tró sigiloso, por la portada d~ Juan Simón, ya entrada la noche, a eso de las siete y media. El misterioso viajero dirigióse a palacio, dio a la entrada el santo y seña, y, mientras la guardia sorprendida corría a rendirle los callados honores a tal hora prescritos por la or– denanza,. avanzó por el patio delantero, desmontó sobre el corredor tronterizo y ascendió, serio y majestuoso, entre las carreras de lós unos y las muestras de respeto de oficiales y soldados, que se cuadra– .tan todos a su paso saludando militarmente. A poco salieron ayu– dante y guía al galope, en demanda del Marqués de Montemira ( 11), que, acudiendo presuroso a la llamada, encerróse con el mis– terioso personaje en íntima conferencia. Detalles eran éstos que bastaron para despertar el malicioso in– terés de cuantos presenciábanlos desde fuera; así que, en el acto es– parcióse la nueva de hallarse en Lima el general San Martín (12). XIII Horrendo temblor, cuyo recuerdo por la circunstancia referida., ha de perdurar en la memoria de los coetáneos, dispersa los pri– meros grupos, que se lanzan al centro de la plaza con la ciega visi– bilidad del instinto. El accidente pasa, y la multitud torna a agolpar– se a las puertas de la residencia virreinal. Reforzada por intantes, se hace imposible cerrarle el paso, y la oleada invade pujante patios (11) Don Pedro José Zárate y Navia, marqués de Montemira y conde del Valle-Oselle, vivía en la casa (hoy de la familia Goyeneche) situada en la es– quina de 'las calles de Zárate y Trapitos. Ya se comprenderá que la calle Zárate es llamada así por el apellido del marqués que habitaba en ella. (12) Cochrane, Memorias, págs. 137 y siguientes.- Paz Soldán, oh. cit . tomo I, pág. 184.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx