Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

OCUPACION DE LIMA POR LOS INDEPENDIENTES 367 y pasadizos, salas y vericuetos, en pos del héroe, que, a los vivas atro– nadores del pueblo electrizado, vese forzado a salir y presentarse a su vista. El vencedor de Maipú tiene que ceder el espacio, penetrar de espaldas en el salón, y en él retrogradar ante esa avalancha irre– sistible. Puertas y muebles crujen ante el mutuo forcejeo de los ma– nifestantes, anhelosos de excluirse, para ser cada cual el primero en entrar, en ver, oir y palpar al hombre de las universales simpatías. Más que una salutación, dijérase un asalto. A su ímpetu, como en el aire, van ancianos, niños y hasta mujeres. Muéstranse a la cabeza dos noctámbulos de cogulla y sayal, de esos que, poco después, han de concitar la fácil cólera de Monteagudo ( 13). Uno y otro cuádran– se ante San Martín, y cual si se irguiesen sobre la cátedra santa, le endilgan sendas oraciones sacro-profanas, verdaderos tirones de ca– tequista: Moisés, Josué, el Macabeo, César y Lúculo> Roma y Judea, borbotan confundidos en los labios de esos reverendos, cuya voz se esfuerza vanamente por hacerse oir, aplastada por el estruendo de los aplausos y las aclamaciones. A la vez que chillan su horrenda perorata, ellos y el favorecido tienen que continuar retrogradando ante las nuevas ondas humanas que se arrojan sobre el aposento. San Martín escucha con longanimidad jobiana. Se anuncia a la comisión del cabildo. Cuesta un triunfo y mu– cho tiempo hacerla pasar. El alcalde de primer voto, conde de San Isidro, felicita al ilustre huésped en nombre de la capital y del pue– blo del Perú, cuya esperanza y felicidad están, dice, cifradas en el cerebro y el brazo del triunfador de Chacabuco. Este contesta en breves frases, ''gravemente, asienta Mitre, pero sin frialdad ni mues– tras de suficiencia". Nuevos oradores se destacan de entre el tumul– to. La calma del general se agota; y, en un arranque de impaciencia, levanta los brazos y exclama cruzando y posando las manos sobre su cabeza: ¡Cielo Santo! ¿Qué va a ser de mí si esto sigue? ¿acaso no acabará nunca? Su ayudante le manifiesta que hay todavía muchos dispuestos a hablar: Pues vámonos, dice: mi caballo! al momento!. La orden no puede cumplirse: el muro animado que le rodea es im– penetrable, invencible. En esos instantes, para felicidad suya, prodúcese un incidente conmovedor que le sirve de perlas para matar la inagotable facundia de la oratoria chirle. Una pobre mujer, casi anciana, que se ha des– lizado sin saber cómo, ni por dónde, póstrase en su presencia con (13) "Ningún religioso salga de sus claustros después del toque de ora– ción, sin ir acompañado con otro conventual, debiendo a más llevar licencia escrita de su prelado, en que se exprese el motivo de su salida".- Oficio de Monteagudo al Gobernador del Arzobispado, del 25 de enero de 1822.

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