Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

374 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ triunfo; y, de ese modo, aniquilado toda resistencia posible, concluí– do la campaña y acabado la guerra; entonces sí podría haber dicho, y con razón, que estaba asegurada la independencia de América, por haberse conquistado la del Perú. Pero no tenía derecho de de– cirlo quien abría, en ese instante mismo , tan largo paréntesis de inacción; quien, suspendiendo de plano las operaciones, dejaba en absoluta tranquilidad a sus contrarios y reincidía en falta igual a las que cometiera en Chacabuco y Maipú; quien revelaba no haber te– nido plan claro ni objetivo seguro; quien, plantándose en Lima co– mo un poste, consagrábase, de modo exclusivo, a la pacífica tarea de expedir decretos; se entretenía en una guerra de papel y de escri– torio, confiada a la mano experta, pero diabólica de Monteagudo; y se contentaba con los alardes de una hostilidad cuasi femenil, aun– que draconiana, contra peninsulares pacíficos, inofensivos, quizá adversos de alma a nuestra causa, pero a ella sometidos de hecho, y que, en todo caso, eran padres de peruanos, esposos de peruanas, gente útil y acomodada, avecindada en el país; hostilidad que, jus– tamente, provocó contra el Ministro una de aquellas reacciones na– turales y necesarias en presencia de vejaciones tan crueles como inmerecidas. San Martín no dejó, como era ineludible y lógico 1 de compren– der su yerro; y, andando el tiempo, precisamente al eliminarse del escenario, pronunció condenación perentoria de su propia conducta guerrera y política, en forma de deducción consagrada por la expe– riencia y de consejo sentencioso, formulado, desde esa como tumba en que se hundía su personalidad histórica, para beneficio y ense– ñanza de quien, según sus previsiones, confirmadas por los hechos, habría de sucederle en la empresa y llevarla a ese anhelado térmi– no que a él le tenía vedado el destino. En carta del 28 de agosto de 1822, dirigida a Bolívar, puede verse esta notabilísima frase que, por boca del propio condenado, corrobora la verdad del juicio: "Estoy, dice, íntimamente convencido de que, sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de la América es irrevocable; pero también lo estoy de que su prolongación causa– rá la ruina de estos pueblos; y es un deber sagrado, para los hom– bres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males" (16). En efecto, ese era su propio deber, y debió comprender que lo era, desde el principio. (16) Mitre, ob . cit., tomo III, págs . 818 a 820 .

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx