Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA 385 ción de 1812; fundador de la célebre sociedad "Amantes del país"; colaborador, en ella, del notable periódico el Mercurio Peruano· y destinado a ser, también, fundador de la Alta Cámara de Justicia: o sea de la primera Corte Suprema republicana. El Dr. Arriz pidió la palabra. Concedida, pronunció el siguiente discurso, que, cualquie– ra que fuere su mérito intiínseco, debemos recoger, como expresión genuina de las ideas y de los sentimientos reinantes en nuestro me– dio, en aquel día realmente memorable. "Como nacido, dijo, en esta capital; como vecino de ella y con larga familia,· educado en sus colegios y universidad; por haber da– do, en más de cincuenta años, pruebas de mi integridad, de tal cual aplicación a las letras, y aprovechamiento en el desempeño del cargo público en que me he envejecido; sobre todo, por la co– misión que me confió este Excmo. Ayuntamiento el domingo pró– ximo pasado, merezco que tan respetable Congreso me preste su grata atención en el negocio más importante que hasta ahora ha ocurrido a este pueblo". "Comprometidos estamos a tratar con el Excmo. Sr. general en jefe del Ejército Libertador, sobre la base y piedra angular del edificio majestuoso de nuestra libertad de la corona y nación es· pañola y de cualquiera otra potencia extranjera. ¡Dure a par del tiempo de este globo, y téngalo Dios dibujado en el decreto eterno de su sabiduría y providencia!. . . No debemos ahora ocuparnos en la justicia, necesidad, conveniencia y legitimidad de esta resolu– ción, reconocida y confesada por casi todas las naciones de Euro– pa, por los sentimientos nacionales de todo hombre, por bárbaro que sea; y decidida por las últimas operaciones de la misma parte interesada. Lo que insta, en el momento, es determinar y decidir, valerosamente, si éste es el oportuno y preciso de obrar. La gene– rosidad del señor gener-al, en la noche en que desempeñé la comi– sión referida, cuando implorábamos su socorro contra el hambre, que llenaba de mendigos nuestras puertas y nuestras calles, y nues– tros hospitales de enfermos; contra la desolación de nuestros sem.. brados e instrumentos de labranza, fondos capitales de nuestra rnbsistencia, de la de nuestros hijos y de las generaciones venide– ras de nuestros compatriotas; cuando, con la vecindad de sus tro– pas, esperaban nuestras indefensas mujeres, tiernos hijos y azo· radas familias, que acaso esa misma noche fuese la última de su existencia, pereciendo víctimas del furor de los indígenas, conmo– t:idos en las provincias inmediatas,· y de la plebe, que es arrastrada por la embriaguez, tumulto y confusión; en tan ominosa noche, cuando todo bamboleaba y fluctuaba en las olas y en el buque en
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