Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
386 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ que buscábamos, yo y mis compañeros, al señor San Martín; este general, cuyas virtudes militares y políticas prometen el feliz cum– plimiento de la regeneración de esta América; a la primera abertu– ra de nuestra proposición, reducida a que ante todas cosas, nos socorriese, defendiese y precaviese de todo peligro, interior y exte· rior, reservando (como si estuviese en nuestra mano, y fuese ella robusta, y no tuviese todos los músculos y resortes ya paralizados) corresponderle por gratitud lo que era consecuencia del derecho de conquista, que tan dolorosamente reina en Europa, Asia y Amé– rica Española; se prestó, pronunció, casi sin deliberarlo, el otor– gamiento de nuestro ruego, condescendiendo generosamente en que difiriésemos la declaración de la independencia hasta el tiem– po en que pudiésemos hacerlo decorosamente, removido el peli– groso. estado de la cercanía del ejército y vuelta del general La Serna, que nos amenazaba con sus capciosas respuestas; y ofre– ciéndonos nuestro libertador proveernos de ejércitos y recursos, para nuestra subsistencia y defensa, al logro de su gloriosa empre– sa''. "Ya todo está al alcance de nuestros sentidos: tropas, oficiales expertos, valerosos, amantes de la gloria, exaltados por el amor de la patria, subordinados, verdaderos militares, guiados por San Martín, hijo de la victoria, que tenemos asegurada por su religión y virtudes morales. Y a nuestro pueblo participa del mismo entu– siasmo. Vuelven los que se hallaban emigrados. Salen de las ca– vernas los otros, que se hallaban escondidos para no ser arrastra– dos por ese ejército que, abandonando la ciudad, no perdonó a inválidos y enfermos, quienes veían su ruina y sacrificio en cada paso de esa incierta jornada. Ya se alistan todos nuestros jóvenes, y ofrecen sus vidas por la patria y su justa causa. Está echada la suerte; y, desde el antiguo palacio" habitación que fue de los Vi– rreyes, nos avisa ayer nuestro General que nos congreguemos para deliberar si es llegado el punto, el momento de nuestra suspirada declaración. ¿No concurriremos al voto unánime y sentimiento ge– neral de todos? ¿Lo dilata:emos? ¿Lo deliberaremos? ¿Nos arre– drará el terror vano; o procederemos cualquiera que sea el peli– gro incierto de lo futuro?. Esta ciudad es la primera de esta Amé– rica. Por trescientos años ha sido el centro del gobierno, ejemplo y reguladora de todo.- Cuzco, Arequipa, Huamanga, todas las vi· llas y poblaciones del reino, tienen a este momento fijos en ella los ojos,· ansían por su valerosa decisión; anhelan por su testimonio, ~-unque d:morado, sieml!re loable, de los esfuerzos heroicos que han repetido para sacudir el yugo de la opresión. Están ciertos de
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