Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
EL CLERO.- EL ARZOBISPO LAS HERAS 629 por princzpws mal aplicados. Para curarlos de su lastimosa ilw .<iión, se necesitan escritos sólidos y acomodados a sus alcances. Entre tanto se trabajan algunos, sirvase Ud., señor editor, recor– darles lo que pasó cuando la revolución de las diez tribus de Israel, que se hicieron independientes de la dominación de Roboán, cons– tituyéndose en reino aparte. Ningún trono hay ni hubo en el mun· do tan legítimamente establecido como el de David, que heredó Salomón; y de éste, Roboán. Es el único instituído por Dios, y per– petuado, por divina disposición en los inmediatos sucesores, con un derecho que ningún rey de España podrá alegar, no digo sobre las Américas, pero ni sobre la misma península española. Sin em– bargo de esto, las diez tribus niegan a Roboán la obediencia que le habían jurado; y esto, únicamente, porque no qui~o aliviarlas de los exorbitantes impuestos con que las tenía oprimidas: ¡qué pe· cado tan grave! ¡gravísimo delito de rebelión el que cometieron las tribus! -dirían semejantes confesores, como lo dicen respecto de rue~tra heroica revolución: Mas no lo pensaba así san Agustín de quien una sola palabra pesa más que cuanto puedan decir ellos. En el libro XVII de La Ciudad de Dios, capítulo XXI, hacia el fin, se explica el santo de esta manera: queriendo Roboán hacer guerra a Ta otra parte que se había separado de su obediencia como a rebel 0 de, mandó Dios que no pelease contra sus hermanos, diciéndoles, por su profeta que él había hecho aquello. De donde se echó de ver que en aquf'llo no hubo pecado alguno, ni del rey de Israel, ni de ~u pueblo; sino que se habían cumplido la voluntad y justo juicio de Dios; lo que entendido por la una y la otra parte, vivieron en paz, porque la división que se hiza no era de la religión sino del reino. ¿Quiere Ud. más? Si la autoridad de este Santo Padre no de– sengaña a los alucinados, no sé qué remedio tengan". 11 Esta carta, cuyos términos, verdaderamente liberales, debieron tomar en cuenta el Protectorado y todos los gobiernos posteriores, para aprender que "a nadie se logra convencer irritándole"; que "no ~on las invectivas, ni el lenguaje de la acrimonia, el medio más eficaz de desimpresionar a quienes están en error"; que la mayoría de los hombres "yerra de buena fe, falta de doctrinas fundamentales, o juz– gando por mal aplicados principios"; y que "para curar de su las– timosa ilusión" a los extraviados, "son necesarios escritos sólidos y acomodados a sus alcances"; esta carta, decimos, que, por las iniciales de quien la suscribe, debió de ser dirigida por don Tomás
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