Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

EL CLERO.- EL ARZOBISPO LAS HERAS 643 XI Por lo que hace al obispo de Arequipa, Iltmo. Dr. D. José Se– bastián de Goyeneche y Barreda, nacido en esa ciudad en 1784, obispo de ella en 1816, y luego arzobispo de Lima en 1860 a 1872, bien pudo, por deberes y relaciones de familia, como que era her– mano del vencedor de Huaquí y Sipesipe, profesar ocultas sim– patías hacia una causa que aquel hermano acababa de hacer triun– far, con una energía que no por el bando en cuyo servicio se des– plegara sería lícito desconocer, y con una gloria que nuestro pro– pio orgullo de peruanos mal podría redargüir. Lo cierto es que el obispo nada practicó que envolviese prevención definida, hostili– dad declarada, decisión manifiesta en contra del partido o del ré- gimen tendientes a la emancipación; aunque su "neutralidad apa– :rente" no fuera efecto de consideración o de prudencia, sino, como Paz Soldan asegura, obra de timidez, de falta de atrevimiento, de carencia de valor. Quizá si en el fondo, era más afecto que sus her– manos a una patria que éstos abandonaron para siempre, y en la que él quiso y supo permanecer hasta el término de sus días; sólo que las explosiones y crueldades de Monteagudo hicieron todo lo posible por extirpar en el corazón del prelado tan favorables sen– timientos, dada la conducta, por demás odiosa, que tal ministro observó para con su otro hermano don Pedro, el oidor del Cusco. Oigamos, en efecto, lo que a este propósito narra Mendiburu: "En la época, dice, de la revolución peruana, don Pedro, Ma– riano Goyeneche fue amigo de la causa española; pero, por su mo– derada conducta, era incapaz de conspirar en manera alguna con· tra la independencia del Perú. Vivía en Lima cuando ésta se pro– clamó en 1821, y permaneció retirado y prescindente de los nego– cios públicos. Mirado como persona de fortuna y de posición ele– vada, no podía escapar a los tiros de la envidia, y menos en un pe– riodo de turbulencias y pasiones, en el cual el hombre más des– preciable por su oscuridad y vicios hacía, con una acusación ca– lumniosa, los mavores males a cualquiera de las familias conside· radas como reali~tas. Había entonces escasez de numerario; y, si los gastos eran crecidos, mayores eran los dispendios y el desor– den. La guerra se sostenía en parte con el caudal de los españo.. les, que sufrían frecuentes exacciones, lo mismo que los america– nos tildados de partidarios del rey. Goyeneche por tanto, tuvo or· den para entregar, en el término de veinticuatro horas, cincuenta mil pesos; y, como no los tenía reunidos, ni pudo, en tan reduci-

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