Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
4 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ de proposiciones confidenciales e insinuaciones veladas, en las ne– gociaciones que, poco después de desembarcar el Ejército Liber– tador, entabláronse en aquel pueblo del 24 al 30 de setiembre de 1820; y, en fi~ formuláronlo, de modo abierto, franco, dedsivo, en las que, el 4 de mayo de 1821, tuvieron comienzo en la hacienda de Punchauca. Sabemos que, en estas últimas, San Martín se avanzó a pro– poner: lo. la institución de una Junta de regencia, que gobernara independientemente al Perú, y que quedara constituida con el pro– pio Virrey La Serna por presidente, y dos corregentes, nombrados respectivamente por cada parte; y 2o. la erección de una monarquía constitucional peruana, cuyo trono fuera ocupado por un príncipe de la familia reinante en la Península. Y sabemos asimismo que el futuro Protector, en la propia entrevista secreta que dio campo a tan avanzada proposición (2 de junio), había dicho: "Yo mismo iré a Madrid en solicitud del Príncipe que ha de regir la suerte del Perú, para demostrar ante el rey Fernando la utilidad y el alcance de esta resolución, que es la que más en arrrionía se encuentra con los intereses de la dinastía y de la nación españolas, y resulta, a la vez, la más conciliable con los votos fundamentales de la Amé– rica independiente y libre". V Aun suponiendo que, por tradición y por costumbre, el Perú pu– diese mansamente avenirse con la monarquía, personificando ésta en un miembro de esa misma famHia real a cuya dominación quería sustraerse, y de cuyo despotismo secular había resuelto arrancarse; inconsecuencia aguda que contradecia, descalificaba y quitaba toda su justícia, autoridad y prestigio a la revolución; aun suponiendo eso, decimos·, nada ni nadie habían facultado, ni podían facultar al jefe de tropas extranjeras, simples huéspedes del territorio y extra– ñas a los derechos, intereses y destinos del pueblo que en él habi– taba, para, sin concurso, consulta ni asentimiento de éste último, permitirse tomar determinación ni comprometer su voluntad y su porvenir con una propuesta semejante. Hízolo San Martín, sin em– bargo, y tócale a la historia pronunciar la condenación más franca y categórica sobre su conducta, quizá explicable y explicada para sus coetáneos por el papel arbitrario que se arrogó y por la fuerza. que lo sostenía; pero intolerable a la vista serena de los pósteros, e indisculpable ante las lógicas e inevMables proyecciones que, con la consagración del tiempo y del éxito, ha tenido la emancipación americana.
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