Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

6 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ VII Claro se deja entrever, por ambos instrumentos, que el desor– den intenso y las convulsionse sangrientas en que las Provicias Uni– das del Río de La Plata habianse hundido a poco de proclamarse independientes, vertieron en el alma de San Martín el hielo del desencanto y clavaron en su corazón el puñal venenoso de la duda, con los que miró revestidas de inutilidad e ineficacia las institu– dones que antes había defendido . Y creyó, como otros. que el cam– bio de esas instituciones cambiaría a los hombres, como si éstos no tuvieren, bajo cualesquiera regímenes y leyes, que ser y apare- cer siempre los mismos. Si la instrucción de los unos, la ignorancia de los más, la edu– cación servil, los hábitos de renunciamiento y de abyección y el género de vida colonial, con su inercia depresora y su pasividad de tumba, habrían de hacer ineludible la perpetuidad de las ba– rreras levantadas entre las diferentes clases del Estado, para que exclusivamente dominasen los núcleos de privilegio, y la gran masa social se limitase a obedecer -lo que, en definitiva, no era otra cosa que el cambio de amos y la eternización de la servidumbre– ¿ qué significaban, a qué se reducían, qué valor ideal e histórico tenían aquella homérica lucha, aquella irrupción continental, em– prendidas para sacudir un yugo que, no obstante la independencia, era en todo caso preciso mémtener, por impotencia o nulidad de los pueblos que la habían anhelado y perseguido? ¿Cuáles, enton– ces, eran la importancia y ventajas envueltas en la expedición de San Martín? ¿Venía a libertar al Perú, o a crear un imperio más para las testas reinantes de Europa? La sangre derramada, los sa– crificios hechos, los horrores sufridos ¿valían la miseria de men– digar un príncipe, que viniera a consolidar las viejas desigualda– des, los abusos, predominios y monopolios de posición, tradición o casta; sin otra diferencia ni más utilidad que el aparatoso cere– monial de una corte; el falso brillo de la turba palaciega, insolen– te y provocadora; y la residencia vana de esos elementos de ab– sorción y de opresión en Lima? Pero aun esa primera carta, por la vaguedad de sus términos, podía importar el anhelo, avieso en todo caso, de una república aristocrática, o sea de "la oligarquía ilustrada, ponderada por una plutocracia conservadora", como Mitre observa y como ocurriera efectivamente en Chile; pero la segunda, en que ya se palpa la rea– lidad desventurada, la necia objetividad de una misión diplomática, enviada a pedir un rey para el Perú, y hasta el deseo de solicitar

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