Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

MONARCOMANIA DEL PROTECTOR 7 otro para la nación chilena, a la vez que se asienta "la imposibili– dad de erigir los países libertados en repúblicas", ¿qué era si no el desconocimiento del pasado y del porvenir de la revolución ame– ricana; la desautorización de su finalidad verdadera y única; la eliminación de su justicia; el olvido de sus causas; el extravío y pérdida de su senda y de sus ideales; su negación en fin, por uno de sus corifeos y defensores más reputados, más estimados, ad– mirados y gloriosos? Tal jnconsecuencia es ajena de perdón; en la primera de sus cartas, San Martín reniega de la democracia; en la segunda, apostata de la república y abjura de la libertad. Con ra– zón dice su biógrafo que este acto suyo, el más trascendental, "decidió fatalmente del destino del Protectorado y del Protector; aflojó respecto de éste la disciplina militar; y le enajenó la opinión del país libertado". VIII Y con él apostató su ministro, su inspirador: Monteagudo. Oiga– mos la confesión palmaria que éste mismo estampa de sus prin– cipios, en la "Memoria" que, en Quito, y a 17 de marzo de 1823, publicó para explicar y exculpar la conducta que observara en la administración del Perú; panfleto lleno de altura, de talento, de elocuencia; pero en que la defensa misma ilumina y corrobora la realidad de la culpa. "Mis enormes padecimientos, dice, por una parte, y las ideas demasiado inexactas que entonces tenía, de la naturaleza de los gobiernos, me hicieron abrazar con fanatismo el sistema democrá~ tico. El pacto social de Rousseau y otros escritos de este género, me parecía que aún eran favorables al despotismo. De los periódi– cos que he publicado en la revolución, ninguno he escrito con más araor que el Mártir o libre, que daba en Buenos Aires: ser patriota sin ser frenético por la democracia, era para mí una contradicción; este era mi texto. Para expiar mis primeros errores, ya publiqué en Chile, en 1819, el "Censor de la revolución"; ya estaba sano de esa especie de fiebre mental que casi todos hemos padecido, ¡y desgraciado el que con tiempo no se cura de ella!.- Cuando llegó 3J Perú el Ejército Libertador, mis ideas estaban marcadas con el sello de doce años de revolución. Los horrores de la guerra cfvil. el atraso en la carrera de la independencia; la ruina de mil famÍ– lias, sacrificadas por principios absurdos; en fin, todas las vicisi– tudes de que había sido espectador o víctima, me hacían pensar naturalmente que era preciso precaver las causas de tan espantosos efectos. El furor democrático, y algunas veces la adhesión al siste-

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