Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
MONARCOMANIA DEL PROTECTOR 9 máticas, obran con desconfianza y calculan con timidez; en fin, el prestigio de la antigüedad les hace pagar, a despecho, un tri– buto de considerución, que, entre los gobiernos, como entre los particulares, disminuye casi siempre la osadía de sus designios y ta firmeza de sus determinaciones.- Sólo un gobierno eminente– mente vigoroso, capaz de deliberar sin embarazo y de ejecutar con rapidez, podrá equilibrar tan grandes desventajas, teniendo siem– pre expedito el primer recurso para todas las empresas, ·que es la resolución. Pero, si en los conflictos teme más los amagos de la democracia que las hostilidade~ externas; si él no es sino un sier– vo de las asambleas o congresos, y no una parte integrante del poder nacional; si las medidas que necesitan el voto legislativo se ~ntorpecen por celos, o se frustran por la suspicacia popular; úl– timamente, si, en vez de encontrar el gobierno apoyo para sus pla– nes, los demagogos fomentan contra ellos un maligno espionaje que paraliza su curso; se halla inferior en todo a las demás poten– cias con quienes tenga que batirse o negociar.- La consolidación del orden interior todavía exige, en el gobierno, mayor grado de fuerza orgánica, para venoer la vehemente y continua resistencia de los hábitos contrarios.- Después de una espantosa revolución, cuyo término se aleja de día en día, no es posible dejar de estre– mecerse al contemplar el cuadro que ofrecerá el Perú cuando todo su territorio esté libre de españoles y sea la hora de reprimir las pasiones inflamadas por tantos años; entonces se acabarán de co· nocer los infernales efectos del espíritu democrático ... Entonces desplegarán las varias razas de aquella población e! odio que se pro· fesan y el ascendiente que adquieran por las circunstancias de la guerra; entonces el espíritu de localidad se presentará armado de las quejas y resentimiento que tiene cada provincia contra otra; y, si el gobierno no es bastante vigoroso para mantener siempre la su– perioridad en tales contiendas, la anarquía levantará su trono so– bre cadáveres, y el tirano que suceda a su imperio se recibirá co– mo un don del cielo, porque tal es el destino de los pueblos, que, en ciertos tiempos. llaman felicidad a la desgracia que los salva de otras mayores... Y vuelvo al análisis del cuarto principio que propuse: disponer la opinión del Perú a recibir un gobierno capaz, por su energía, de llenar los fines que he indicado, sin que pueda usurpar la libertad que la constitución concede al pueblo, atendi– das sus aptitudes sociales ... No; yo no seré cómplice en el más horrible atentado que puede cometerse contra la sociedad, que es infatuar a los pueblos con ideas cuyo efecto estoy profundamente convencido que tarde o temprano serán la ruina del país y su re– torno a la esclavitud. . . Infructruoso será gritar en las asam-
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