Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
MOr ARCOMANIA DEL PROTECTOR 11 derecho, por el discutido hombre público, que, al abjurar de sus primeras convicciones, dícese '"curado de una desgraciada fiebre mental". El gobiérno constitucional cuyas excelencias pregona el exponente, pero que no mienta c0n su nombre propio, por un res– to de timidez y de pudor, no es otro que esa monarquía descen– tralizada, equilibrada, en que la nobleza territorial, las desigualda– des históricas, la potencialidad viva y respetada de las clases de prlvilegio, ponderan y limitan la energía absorbente y acapara– dora del poder real; en una palabra, la forma de gobierno impe– rante en aquella "isla clásica, cuyo ejemplo, en ambos mundos, ha dado el primer impulso a la libertad". Como San Martín, pues, Monteagudo pretende justificar su alejamiento de las formas libérrimas, y su aproximación a las ins– tituciones monarquistas, por miedo a los horrores de la anarquía; para no "infatuar a los pueblos con ideas que, tarde o temprano son su ruina y su retorno a la esclavitud"; y a fin de prevenir ¡oh frase desconsoladora! "los infernales efectos del espíritu demo– crático". Y afirma que "la época de la democracia ha pasado"; y confiesa que su misión precalculada en el poder -aparte del de– signio de destruir a los españoles, aun los pacíficos e inofensivos– se redujo a "restringir las ideas democráticas" y a "preparar la opinión del Perú". ¿Para qué? ¡Para la monarquía; para ese "go– bierno eminentemente vigoroso, capaz de deliberar sin embarazo y de ejecutar con rapidez, y en el que está "siempre expedito aqueJ primer recurso de todas las empresas: la resolución". X Superfluo sería detenerse a examinar y rebatir la serie de so– fismas en que se embebe la exposición o memoria con que Monteagu– do intentó defender y exculpar su abjuración; y aún más superfluo en un pueblo y para un pueblo como el Perú, donde la idea y el hecho de la monarquía no echarán raíces jamás., porque las con– vicciones, los sentimientos y los hábitos republicanos, por imper– fectos o viciosos que aún fueren, constituyen una segunda inextin– guible naturaleza del alma nac10nal. Los hechos y el tiempo han desmentido elocuentemente al re– negado. Y, si es verdad que las. genuinas conquistas liberales de una organización democrática cada vez más firme, aunque todavía retrasada, surgieron sólo a través de largas querellas, luchas san– grientas, esfuerzos y quebrantos, ello .fue iefecto, no de las institu– ciones mismas, impecables y sacras -como la religión, como la moralidad, como la justicia, no obstante las eternas debilidades y
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