Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
12 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ los extravíos de los hombres- sino del engreimiento, de la fatui– dad, de la ambición de los caudillos que actuaron en la epopeya magna de la independencia, a cuyos pujos de superposición y pre– dominio dieron ~jemplo, asidero y disculpa, la autocracia mega– lómana de Bolívar, y antes, mucho antes, la escandalosa imposición de San Martín, sobre un pueblo que no era el suyo, y que no le había llamado para que lo gobernase, sino para que lo defendiera y ayudara a constituirse; imposición execrable, injusta, odiosa, in– solente; inspirada, perseguida, resuelta, reacentuada siniestramente por Monteagudo con sus crueldades y explosiones tiránicas, sin du– da como un medio de "prevenir los horrores de la anarquía" y de preparar al Perú a la recepción de las trabas y los oropeles mo– nárquicos. Todo, así, queda explicado: el Protectorado y sus yerros; la usurpación y sus medios; la somnolencia militar y sus peligros; la locura oficinesca y sus banalidades; la administración violenta y sus iras, caprichos, rigores y demasías; y, con todo ello, la serie de creaciones ridículas o resurrecciones arcaicas, prolongadoras de un régimen que se cacareaba como nefasto y extinguido; contra– dictorias de la revolución y sus objetivos; o eliminatorias de su licitud, de su justicia, de sus causas, orientaciones, proyecciones e ideales. XI Si -cómo han asegurado los que antipatizan con el Perú- es– te pueblo, reddmido de la calumnia y la mentira por la sangre de los Túpac-Amaru, los Pumacahua, Melgar, Angulo y demás precur– sores de su libertad, nada había hecho por esta última, a causa <le encontrarse plácidamente avenido con la servidumbre, y en con– ~ecuencia con la monarquía; natural haoría sido que San Martín y Monteagudo, persuadidos de aquella inclinación, que una colec– tividad entera hubiera podido disimular, pues al contrario habría bien pronto trascendido necesariamente en todos sus actos; pro– curasen, con franqueza y desenibarazo -no hipócrita, jesuítica– mente- realizar a ojos vistas, el proyecto, que se supone para los peruanos gratísimo, de volver a monarquizarlos. Los hechos ocurridos asientan precisamente lo contrario. La propaganda -por– que a pesar de todo, el Perú no era monarquista- hubo de ser paulatina y solapada. Si su objetivo ostentóse, expreso y decidido, en las conferencias de Punchauca, fue porque allí el proponente protegía su extralimitación entre los velos secretos de la diploma– cia. Pero en la prensa, puesta al alcance de los interesados todos,
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