Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
MONARCOMANIA DEL PROTECTOR 1.5 siempre los independientes; la guerra más bien será en adelante un preservativo contra el influjo inevitable de las antipatías loca– les, que un escollo capaz de hacer naufragar la causa de América. Podrá quizá el despecho prolongar en algunas partes la resistem– cia a la voluntad pública; pero nuestros guerreros necesitan siem– pre tener abierta la escuela del valor, para que el hábito 'de un profundo sosiego no nos exponga a ser presa de otro nuevo usur– pador. Por lo demás, y sin que por esto debamos despreciar al enemigo, es justo decir que los españoles son impotentes para es· clavizarnos; y que si hasta aquí ha sido un heroísmo el sostener once años de contienda sin auxilio extraño, en adelante sería una vergüenza para nosotros el dejar al menos alguna ilusión a la es– peranza de los enemigos. Cualquiera que sea el plan del general La Serna y de todos los que sostienen la causa de los desesperados ¿dónde podrán llevar sus armas, que no los acompañe la descon~ fianza de sus recursos y el desaliento de sus secuaces? Forzados a oprimir con más violencia a los habitantes, en razón de sus mayo– res deseos por la libertad, ellos van a aumentar la masa del odio y de la indignación que gravita sobre su nombre; y al fin sólo con– seguirán desolar el país, y poner en infructuosos compromisos a sus mismos amigos, para que sufran los males de la guerra algunas honradas familias, cuya culpa es pertenecer a los españoles, que, por su tenacidad o por el capricho de los mandones, siguen un par– tido que quizá choca a su convencimiento y a sus especulaciones.– La obra verdaderamente d~fícil, que es necesario emprender con valor, firmeza y circunspección, es fa de corregir las ideas inexac– tas que ha dejado el gobierno antiguo impresas en la actual gene– ración. No se crea que la dificultad consiste tanto en la ignoran– cia de los medios adecuados para conseguir aquel fin, cuanto en la peligrosa precipitación con que de ordinario intentan los nuevos gobiernos reformar los abusos que descubren. Empezando por la libertad, que es nuestro más ardiente anhelo, ella debe concederse con sobriedad, para que no sean inútiles los sacrificios que se han hecho por alcanzarla. Todo pueblo civilizado está en aptitud de ser libre, mas el grado de libertad que goce debe exactamente ser pro– porcionado a su civilización. Si aquélla excede a ésta, no hay po– der que evite la anarquía; y, si es inferior a lo que exigen sus luces, es consiguiente la opresión. Si toda la Europa gozase la libertad del pueblo inglés, la mayor parte de ella presentaría un caos de anarquía; y el pueblo inglés, a su turno, se creería en la servidum-– bre, si en vez de su actual constitución, fuese regido por la carta de Luis XVIII. Es justo que los gobiernos de América sean libres· pero es qecesario que lo ' sean en aquella proporción; el mayo;
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