Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
18 GERMAN LEGtJIA Y MARTINEZ gui, el más insospechable de los testigos y actores de tales suce– sos; y, para mejor pesar sus palabras, recordemos otra vez que el artículo de El Pacificador del Perú se insertó en ~a Gaceta ofi– cial el 4 de agosto, es decir, al día siguiente de la erección del Protectorado, o, en más claros términos, de la usurpación del po– der, del asalto de la autoridad suprema pór San Martín. ''A la verdad -dice- las circunstancias no eran las mismas que cuando San Martín desembarcó en Pisco, pues habían cambia– do en una gran parte. ¿No existía independiente todo el norte y parte del oriente del Perú, por sólo el esfuerzo de sus hijos? ¿Y la capital no estaba libertada de la opresión por la retirada del enemigo, que confesó que no podía sostenerse en el centro de sus recursos? ¿Por qué, pues, adoptar un paso inconsiderado que de– bía hacerle perder en la opinión pública? ¿No tenía conciencia de que los peruanos se sacrificaban por su independencia, para con ella conseguir toda clase de garantías y disponer de su suerte, como mejor les pareciese? ¿No llegó a su conocimiento el disgusto que produjo en esta ciudad el número once del "Pacificador del Perú"? Y terrible fue la sensación que la lectura causó, indignán– dose los patriotas que deseaban la terminación de la guerra. Como ya están olvidados esos acontecimientos, copiaré ahora lo que se escribió, para que los lectores conozcan que no invento lo que es– cribo, y se penetren de que el descontento debió ser general y funaado". Copia en seguida el párrafo en que se dice que el ven– cimiento de los españoles había entrado en la clase de los esfuerzos subalternos exigidos por la independencia de América; y la frase en que se asienta que la libertad debe concederse sobriamente; Y comenta Mariátegui: "La lioertad no se concede a los pueblos; los hombres la tienen de la naturaleza. En las sociedades civiles, las constituciones la especifican, la califican, la enumeran , y lo mis– mo hacen los pueblos, después de meditaciones y discusiones, por medio de diputados elegidos con ese objeto. Estos eran los sen– timientos del pueblo peruano, ésta su voluntad bien pronunciada, en conversaciones familiares, en reuniones públicas y privadas, y aún en la prensa, en d tiempo en que los españoles permitieron escribir, después de jurada la constitución de las cortes; y los que esto sentían, los que así pensaban ¿podían mirar con indiferencia que se les dijese: la libertad se debe dar por medida, y como yo, usurpador del mando, creo que debo dárosla? ¡Qué falsas, qué espantosas consecuencias, nacidas del prurito o manía de monar– quizar la América! . . . Recordarán muy bien todos cuantos vie– ron a San Martín llamarse Protector, que dijeron entonces ¿se quiere disponer de nosotros, darnos libertad, según los caprichos
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