Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

20 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ XV No fue menor el desagrado que la monarcomanía del régimen suscitó en el ejército; desagrado que se procuró ahogar en dádivas, halagos y prebendas, pero que, no obstante, hízose visible por boca de Las Heras. Preferiríamos 1economizar mas citas y espadarnos en afirmaciones o en reflexiones más o menos fundadas, si no creyé– semos más útil, para la verdad y la crítica históricas, sustentar esas afirmaciones en testimonios autorizados. Oigamos otra vez -. Mariátegui, que vio y oyó lo que narra sobre este punto, y apela, para confirmar su relación, al testimonio de otras personas respe– tables "San Martín dispuso (habla de la campaña pasiva de setiem– bre) que el general Las Heras, con las compañias de preferencia del ejército, saliese en persecución de los que se retiraban. Fue tan oportuna esta medida, que, antes de pasar la cordillera, ya el ejér– cito invasor estuvo en cuadros, y Las Heras tomaba dispersos, cansados y pasados. Era tanto el apuro de los enemigos, que no tenían tiempo de asesinar a todos los cansados, como siempre lo habían hecho y era su costl.llilbre. Confió Las Heras en que con– cluiría la campaña y sacaría inmensas ventajas, con sólo picar la retaguardia al enemigo; y, cuando se le ordenó contramarchar, re– presentó el estado victorioso en que se encontraba, el abatido l triste de los enemigos, las esperanzas de aniquilar a Canterac y de llegar a Jªuja junto con los oficiales españoles; y esperó que se le dejase continuar su marcha triunfal. La respuesta estuvo redu– cida a exigir que regresase del punto en que se hallaba, lo que obedeció con repugnancia; porque conocía que no se presentaría otra vez una oportunidad mejor para dar un golpe de muerte a los enemigos. Entre la oficialidad y tropa tenían los más, las mis– mas ideas y las mismas esperanzas; el descontento fue general. El ejército entró abatido a la ciudad, pasó el puente y la calle de Palacio. Los cuerpos siguieron a los cuarteles, y Las Heras entró al ministerio de la Guerra. Allí d3jo a Monteagudo verdades amar– gas, que oímos todos y de que debe estar instruído don José Mer– cedes Castañeda, aue vive y que tenía un destino en el Ministerio. Yo estaba con el Oficial Mayor, don Juan de Berindoaga, y con él oímos las reconvenciones. Que él era la causa de que se prolongase la guerra ; que perdía a San Martín con la idea de que no eran temi– bles los españoles, y que lo eran los que él llamaba demagogos, dando este dictado a los republicanos que se oponían a la monar– quía; y que, por sostener sus desorganizadores planes, había pri– vado al Perú de una gran ventaja, y a él, personalmente, de haberse

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