Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

MONARCOMAr IA DEL PROTECTOR 27 tros de la ciencia del gÓbierno, y en su elección h¿ --seguido mis propias observaciones, sin tomar ningún sistema por modelo; mi plan es indicar hechos que nadie ponga en duda, y dejar que cada uno amplíe sus reflexiones hasta donde yo no puedo extenderlas, por miramientos que no será difícil penetrar. "La moral de los habitantes del Perú, considerada con res– pecto al orden civil, no podía ser otra que la de un pueblo que ha sido esclavo hasta el año 21, y que aún lo es en mucha parte de su territorio. La censura a que están sujetas sus costumbres en este punto de vista, es un argumento de execración contra la Es– paña, y un motivo más para sustraer a aquel país a las nuevas des– gracias en que se vería envuelto por la falta de sobriedad en la reforma de sus instituciones. Sus principales y más antiguos há– bitos han sido obedecer a la fuerza, porque antes nunca ha gober– nado la ley; servir con sumisión, para desarmar la violencia y ser menos desgraciado; atribuir a las clases privilegiadas esos dere– chos imaginarios que todo gobierno despótico sanciona, interesa– do en exaltar a los primeros que oprime, para que éstos sean opre– sores a su turno; en fin, ser todos en general esclavos y tiranos a la vez, desde los que ocupaban el rango más elevado, hasta los que dirigían el trabajo dei los negros en las plantaciones de la costa. La cadena era siempre la misma, aunque algunos eslabones bri– zz~en más que otros. "La virtud y el mérito sólo servían para atraer los rayos del despotismo sobre las cabezas más ilustres. Una inversión total en el objeto y en los medios de ser feliz, hacía buscar los honores y las recompensas por las sendas más extraviadas de la moral pú– blica; el dinero suplía la idoneidad; la adulación valía más que la modestia; y las súplicas interpuestas por medio de blancas voces, alcanzaban lo que no podía obtener el heroísmo de algunos perua– nos superiores a los obstáculos de su educación y a las costumbres de su siglo. "Un pueblo que acaba de estar sujeto a la calariiidad de se– guir tan perniciosos hábitos es incapaz de ser gobernado por prin– cipios democráticos. Nada importa mudar de lenguaje, mientras los sentimientos no se cambian; y exigir repentinamente nuevas cos– tumbres, antes de que haya precedido una serie de actos, contra– rios a los anteriores, es poner a los pueblos en la neces.i'dad d<!J hacer una mezcla monstruosa de las afecciones opuestas, que pro– ducen la altanería democrática y el envilecimiento colonial. De aquí resulta esta lucha continua del gobierno y el pueblo, que unas veces obedece como esclavo, y otras quiere mandar como ti-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx